Al parecer, un jefe de Estado y líder religioso extranjero, de vasta cultura y mucho gancho mediático, va a aterrizar en España para dirigir un espectáculo que se ha dado en llamar Jornadas Mundiales de la Juventud. Se trata de un antiguo Inquisidor Mayor, retrógrado a más no poder, que predica una moral hipócrita y caduca y que, por acción u omisión, ha protegido durante décadas a personas que han cometido terribles delitos, cuyas víctimas han precisamente los más jóvenes. Representa a la organización que probablemente ha hecho más daño al género humano a lo largo de la Historia, organización que, por suerte, se halla hoy en franco, aunque todavía insuficiente, retroceso en el mundo civilizado. Hace unas horas me he cruzado con muchos jóvenes que asistirán al evento, que se celebra en Madrid, y han pasado antes por mi ciudad. Espero que gasten mucho dinero en Barcelona, que se vayan por donde han venido y se guarden su doctrina para la más estricta intimidad. Siento lástima por ellos, porque una cosa es creer en Dios, cosa que yo no he hecho nunca pero que es tan respetable como lo sean los creyentes con quienes no lo somos, y otra muy distinta idolatrar a semejante personaje y a la organización que lidera.