Mi más sincera felicitación a Cesc Fàbregas, futbolista catalán más conocido como Ces o Sex allá en las Españas. Un tipo que se larga de una empresa a otra de menor nivel para promocionar mejor y más rápido (y ganar más dinero a corto plazo) y que al cabo de unos años consigue que la empresa de la que se fue voluntariamente (y que no le necesita) se gaste una millonada en volverlo a incorporar, tiene sin duda alguna habilidad que a mí se me esconde. El chico ha comentado que entiende que haya personas a quienes molestó que se fuera. No es mi caso: a mí lo que me molesta es que haya vuelto, y por un pastón (lo cual le diferencia de Gerard Piqué), cuando, especialmente tras la eclosión de un talentazo como Thiago Alcántara, su destino natural tendría que ser el banquillo, al menos en los partidos de cierta trascendencia, en los que Xavi e Iniesta (como interior, no como extremo) son indiscutibles -con el hijo de Mazinho en la recámara-, y la plaza de medio centro defensivo tendrían que disputársela Mascherano y Busquets. No oculto mis simpatías hacia los imagino que muy pocos socios culés que silbarán a Cesc cuando salga a jugar al Camp Nou; le han fichado con su dinero y entiendo que puedan sentirse estafados, como también entiendo a quienes se avergüenzan del patrocinador escogido por el club, el cual ensucia la camiseta (de diseño horroroso este año, por otra parte). Acabo: Cesc es un jugador de mucha calidad, aunque estancado en las dos últimas temporadas y demasiado propenso a lesionarse. Ficharle mientras Xavi tenga cuerda sólo tiene una explicación lógica: se le trae para que no se vaya a otro club y no sea fichable cuando, de aquí a unos años, de verdad se le necesite. Lo dicho: un culé de pro, pero muy pro(fesional).