Esperaba un escenario de marasmo y desmayos colectivos que ríanse del bochornoso espectáculo de Cuatro Vientos o de las calles decoradas de Gràcia durante la pasada madrugada, pero resulta que este fin de semana no hay Liga de fútbol por una huelga de futbolistas y aquí no ha pasado nada. Con los daños colaterales de la Supercopa todavía en el centro de la foto y las ligas europeas más importantes ya en plena competición, los impagos a futbolistas de élite han llevado a la primera huelga de jugadores en España en 27 años. Al respecto creo que, como ningún trabajador por cuenta ajena, ni siquiera el más privilegiado, decide cuánto cobra, quien le paga está obligado a respetar lo pactado. Una cosa es que en España el fútbol sea económicamente insostenible a corto plazo a los niveles en que hoy se mueve la Liga, y que más pronto que tarde los sueldos de los jugadores y técnicos tendrán que adaptarse a la realidad del país, y otra bien distinta es que se pretenda que la gente trabaje sin cobrar. En tal caso, que se está dando en varios clubes de las dos primeras categorías del fútbol español, una huelga está más que justificada. Una de las causas de que este país esté como está (y lo peor aún no lo hemos visto, me temo), es que durante años a casi todo Cristo le ha dado por gastar mucho más de lo que tenía. Nuestro hipertrofiado fútbol es un perfecto ejemplo de todo lo que se ha hecho mal en España durante décadas, y en épocas de vacas flacas, no debería ser lo que casi siempre es, el gran pretexto para que el personal saque a relucir sus más bajos instintos, sino recuperar la cordura, si es que alguna vez la tuvo. A la larga, el final del cuento tendrá que ser una Liga europea para los clubes más potentes y unas competiciones nacionales secundarias. Por ahora, lo que debería conseguirse es un mejor reparto de los ingresos que genera el fútbol, y que unos cuantos (los clubes más grandes y sus estrellas) cobren menos para que todos cobren. Y al club que no garantice los pagos a sus empleados se le debe descender de categoría sin vacilar. El fútbol puede ser un bello espectáculo, pese a los denodados intentos de quienes lo dirigen y practican por cargárselo, pero existe un amplio abanico de cosas mucho más interesantes (y algunas, incluso más baratas) que ver un partido, sea en el campo o por la tele. La vida sigue, con fútbol o sin él. Eso sí, hay que tenerla.