En su día, estuve en contra del Tratado de Maastricht, de la Unión Económica y Monetaria y del proyecto de Constitución europea, pero no por antieuropeísta, sino por la Europa opaca, burocrática e ineficiente que se nos proponía, que más o menos es la que hoy nos toca soportar. Ahora, ante la crisis galopante que padecemos y que amenaza en primera instancia a algunos países, pero también a la moneda única y en última instancia a la propia Unión, creo que el problema de Europa se arreglará antes y mejor con más Europa. Nuestro continente es el mayor adalid de unos valores (hoy en desuso y que sin duda hay que revisar y actualizar) que, frente a modelos como los representados por EE.UU. o China, es preciso defender a capa y espada: la libertad, la cultura, la tolerancia (también entendida como firmeza frente a los intolerantes) y, en especial, el reparto de la riqueza y la protección a los más desfavorecidos. En todos estos aspectos, los países más avanzados de Europa son la referencia mundial, y a ella hay que seguir, ellos son el modelo. En la prosperidad y en la crisis, una Europa unida y democrática es una gran potencia; una Europa fragmentada quedará indefensa ante los tiburones, frase especialmente válida en y para los países periféricos. Eurobonos y ministerio de Finanzas común son expresiones que me resultan agradables. Los cuentos sobre la pérdida de la soberanía no tienen cabida en un país intervenido de facto que reforma su Constitución por imposiciones externas. Sacrifico gustoso soberanía, patria y bandera por una mayor prosperidad y por un mejor Gobierno que los españoles parecemos incapaces de conseguir por nosotros mismos. Frente a utopías revolucionarias o nacionalistas, o frente a la nada más absoluta (que, o mucho me equivoco, es adonde vamos), prefiero desear una Europa unida, con un Gobierno elegido por sufragio universal directo, una Constitución liberal en lo político e intervencionista en lo económico, votada por una sociedad que, le pese a quien le pese, es más civilizada que las otras, pero que hoy, sencillamente, a nivel político no tiene adónde ir.