Después de varios meses, anoche regresé, acompañado por mis amigos Sergio y Eva, a uno de mis lugares favoritos de Barcelona, el restaurante Shunka. Antes de entrar, mi pregunta era: ¿seguirá todo al excelente nivel de siempre? La respuesta es rotundamente afirmativa. Se trata de un local coqueto, pequeño pero bien aprovechado (sin agobios) y situado junto a la Catedral de Barcelona. Gastronómicamente hablando, el Shunka es un templo de obligada genuflexión, uno de los mejores restaurantes de la Ciudad Condal, y no sólo japoneses, sino en general.
La cocina japonesa admite pocos términos medios: produce adicción o rechazo, el producto ha de ser excelente o se fracasa. Me confieso gran seguidor de la gastronomía nipona desde que la descubrí hará unos ocho años. Desde entonces, visitar el Shunka ha sido siempre un placer y un motivo de alegría. Anoche no fue la excepción. Resulta difícil destacar un solo plato y no alabar las excelencias de la vieira con salsa de setas, la gamba de Palamós, las kokotxas de merluza o el delicioso Sashimi Moriawase, pero he de decir que el toro tataki (la parte grasa de la ventresca del atún, para los profanos) del Shunka es uno de los mejores platos que he comido jamás. Si encima está regado con un Jean Leon Petit Chardonnay, entonces todo es perfecto. Y además, sano. Créanme, no se puede ir a muchos sitios mejores por 40 euros. Al menos en esta ciudad.
Foto del toro tataki tal como lo sirven en el Shunka: