A estas horas habrá finalizado en la Monumental la última corrida de toros de la temporada, que es también la última que va a celebrarse en el coso barcelonés antes de la prohibición de dichos espectáculos, que entrará en vigor el 1 de enero de 2012. Nunca he ido a los toros, ni me gustan, pero me gustan aún menos los prohibidores, sobre todo cuando se disfrazan de progresistas. No obstante, les animo a persistir en su cruzada purificadora de los malos instintos ajenos y a prohibir las patatas bravas, la masturbación, la cerveza con alcohol y cualquier otra cosa que no les guste y sea susceptible de provocar el placer ajeno, que en el fondo es lo que no soportan. El único factor que ha de decidir la supervivencia de un espectáculo es el interés del público (bastante decreciente por lo que se refiere a los toros, y no sólo en Catalunya), además del respeto a la ley. Lo demás entra dentro del terreno de la censura, o de la gilipollez. Eso sí, me congratulo por vivir en un país que tiene tan pocos problemas serios que, para una vez que hace uso de la iniciativa legislativa popular, la emplea para prohibir las corridas de toros. Y olé.