No es de extrañar el nuevo éxito de convocatoria que han tenido por estos lares las manifestaciones de indignados, dado que el número de gente que está harta de quienes han provocado la crisis, de quienes se benefician de ella y de quienes no hacen nada útil por resolverla es aún mayor que entonces. Ante la situación que se vive, y las que se van a vivir, uno puede protestar, quedarse al margen esperando que la tormenta no llegue a alcanzarle o discutir sobre el sexo de los ángeles para pasar el rato y eludir la magnitud del verdadero problema que tiene la sociedad europea en su conjunto. En todo caso, el número de quienes protestan, así como su proyección mediática, es lo bastante importante como para que evitar que sean silenciados y, más allá de manifestaciones, la ocupación de fincas abandonadas para alojar a desahuciados me parece un paso en la dirección correcta. También la iniciativa de dejar en blanco las papeletas del Senado en las próximas elecciones generales como forma de pedir la supresión de una institución tan cara como inútil me parece acertada. Llega la hora, sin embargo, de ponerle cara y ojos a esos monstruos abstractos llamados «el capital» o «los mercados», porque la tienen. Y de atacarles donde más les duele, en la billetera, no consumiendo sus productos o, en el caso de ciertas instituciones financieras, negándoles el dinero que utilizan para forrarse y estrangularnos. Además de esto, creo que, o las cosas dan un giro poco previsible en este momento, o la hora de las huelgas de verdad se acerca.