En uno de esos alardes de idiocia tan propios de ésta y de todas las épocas, la parte menos informada del mundo celebra el nacimiento de una niña filipina que, según dicen, es el ser humano número siete mil millones del planeta Tierra. Para empezar, la cifra es falsa, pues no tiene en cuenta a los muchos miles de personas no censadas que viven (o malviven, más bien) en distintos países. Es decir, que aún somos muchos más. En mi opinión, se trata de una pésima noticia que debería hacer pensar a los doctores de esta Iglesia, si es que los hay, en adoptar de una vez medidas serias contra la superpoblación a escala mundial, aunque sea a costa de enfrentarse en serio a la lacra de las grandes (y no tan grandes) confesiones religiosas, y a la ignorancia de la gran mayoría. O hacemos eso o, vistas la escasez de recursos (empezando por los energéticos) y la pésima distribución de los mismos, la fiesta no va a durar mucho, salvo milagro venido no del cielo, sino del progreso técnico. Me temo que esa niña filipina verá, si vive el tiempo suficiente, cómo suceden en la Tierra cosas terribles que hoy apenas sospechamos.