El otro día hablaba de discusiones bizantinas. Hoy me extenderé un poco más sobre el tema, sobre esas cosillas de las que habla la gente mientras se la meten doblada con la sanidad, la educación y demás asuntos triviales. Un par de ellas me han llamado la atención: la primera es la idea del Sevilla Club de Fútbol de acudir al Camp Nou con una camiseta en la que figurará la leyenda «Orgullosos de Andalucía». Pues muy bien, oiga. Si es una respuesta a las idioteces de Mas, Duran i Lleida y compañía, no era necesario entrar en una competición. Me parece perfecto que cada cual esté orgulloso de haber nacido en Catalunya, Andalucía, Groenlandia o Motilla del Palancar. Hasta aquí, muy bien. Eso sí, quien se crea mejor que otros por el hecho de haber nacido en un lugar concreto es, como poco, un imbécil. Servidor es hijo de dos andaluces que vinieron a Catalunya empujados por la necesidad, se ganaron cada céntimo sudando de lo lindo y han recibido muy poco a cambio. Todo lo demás, me sobra.
La otra estupidez local de la semana es la polémica organizada por unas declaraciones muy poco patrióticas del cantante Gerard Quintana en un programa de TV3. Lo más sensato que he oído sobre el asunto lo ha dicho el propio protagonista en una aparición radiofónica posterior: ««Se buscan dos extremos que se retroalimentan el uno al otro y la gente que estamos en medio, que somos la mayoría, a veces nos sentimos en tierra de nadie». Pues eso. Decir que Quintana, que artísticamente no me sugiere gran cosa, ya había comentado en diversas ocasiones que el tema lingüístico-identitario se la trae más bien al pairo, opinión tan loable o reprobable como la contraria (que pocos reprueban, al menos con luz y taquígrafos), así que sus palabras no deberían ser una sorpresa o un problema para nadie. El problema, en todo caso, lo tienen quienes elogian o vituperan a alguien que se gana la vida con la música dependiendo del idioma en el que cante, no de si lo hace bien o mal, que es lo único que debería importar.