El miedo a perder el trabajo, a no encontrarlo, o a que te bajen el sueldo, según la situación de cada cual, está bastante extendido en mi mundo. En otros, esos miedos no tienen mucha razón de ser, pero parece que allá en las alturas acechan temores distintos. Si se detiene a docenas de manifestantes (el show de esta tarde en la cafetería de la Ciutat Judicial de Barcelona no tiene nombre) y se les trata como si fueran terroristas por unos zarandeos y unas pintadas a parlamentarios abandonados a su suerte por quienes debían protegerles (que sin duda esperaban con indisimulado regocijo incidentes de mucha mayor gravedad), si se encarcela a raperos por lo que dicen las letras de sus canciones, si un gobierno decide de un día para otro eliminarse la paga extra de Navidad, es que hay miedo. Justificado, no cabe duda, porque se está incubando un estallido social importante que algunos de nuestros nefastos mandamases parecen querer desactivar con fuego. Estos gestos demuestran que se sienten débiles. No me parece mal que el miedo se universalice, porque en mi mundo ya lo teníamos, y a veces es el mejor instrumento para obrar con sensatez. Ojalá quienes nos han llevado hasta aquí siempre hubieran tenido miedo.