El diario El País publica en su edición de hoy un artículo del novelista Antonio Tabucchi que reproduzco a continuación porque supone, a mi entender, un muy atinado resumen de lo que ha supuesto la época Berlusconi en Italia. La traducción es de Carlos Gumpert:
«Desberlusconizar Italia
Los mercados europeos han “despedido” a Silvio Berlusconi. Es un alivio saber a un monstruo semejante apartado de la vida pública. Pero no será tan fácil desberlusconizar Italia ni erradicar el microbio que ha difundido por toda Europa. Recientemente, en un programa que circula por la web y en televisiones locales asociadas con SkyTV, pudieron volver a ver los italianos a un gran periodista, Michele Santoro, a quien Berlusconi, amo definitivo también de la televisión estatal, había expulsado hace dos meses. Así como logró borrar de la televisión pagada por los italianos los escasos programas que proporcionaban una información objetiva. Presente en el programa Clandestino de Santoro, el jefe del Partido Democrático, el mayor partido de la oposición (Pierluigi Bersani, expartido comunista) quiso apropiarse de la coyuntura declarando “Somos NOSOTROS quienes hemos desarzonado a Berlusconi”.
Vayamos a los hechos. La historia empieza en 1993, cuando se produce una extraña coincidencia comentada por todos los arrepentidos mafiosos: por un lado, matanzas y bombas de la mafia en varias ciudades italianas (Florencia, Milán, Roma) y, por otro, la fundación de un nuevo partido, Forza Italia, por Berlusconi con su amigo Marcello Dell’Utri (hoy condenado en segundo grado por concurso externo con la mafia y senador) y la fiel amistad del abogado Cesare Previti (hoy condenado por corromper a jueces) y de Gianni Letta, director de un periódico de derechas de Roma.
En 1994 Berlusconi gana las elecciones. Pero su Gobierno cae poco después a causa de la retirada del apoyo de un pequeño partido de inspiración neonazi y separatista, la Liga Norte. Berlusconi parece un hombre acabado. Sus deudas con los bancos son enormes, sus empresas están en crisis. Podría dar con sus huesos en la cárcel. Pero he aquí que un hombre del Partido Democrático (por entonces Democráticos de Izquierdas), el mismo partido excomunista de Bersani, le lanza un salvavidas. Se llama Massimo D’Alema, ha hecho carrera en el Partido Comunista a la sombra de un padre senador del PC y encabeza un Gobierno de transición tras la caída de Berlusconi. D’Alema, que se considera un estadista, siente la necesidad de “reformar” la Constitución italiana, que considera demasiado vieja (fue promulgada en 1947). Y, en particular, lo que atañe a la Justicia. Una “necesidad” que solo advertía D’Alema, pero como “gran estadista” desea formar una comisión bicameral para discutir los problemas de la justicia con la oposición de derechas, es decir, con Silvio Berlusconi. Berlusconi, que empezó su carrera como animador de piano-bar y cantante de cruceros para acabar siendo el mayor constructor de Milán gracias a su amistad con Bettino Craxi, entonces político poderoso y más tarde condenado por corrupción y prófugo en Túnez, se convierte, con la inestimable colaboración de D’Alema, en un “estadista”. Su estrella política renace, las puertas de Italia se le abren de par en par, gana de nuevo las elecciones, dinamita la comisión bicameral y a D’Alema, y se impone como el amo de Italia.
17 años de poder en beneficio propio
Hoy que Berlusconi se va, será difícil desmontar su imperio, todo aquello de lo que se ha apropiado y anular las leyes anticonstitucionales que en estos 17 años de poder ha promulgado en beneficio propio. Porque es necesario aclarar que no han sido 17 años de dominio ininterrumpido: hubo también épocas en las que el centroizquierda hubiera podido hacerle frente: primero el Gobierno del propio D’Alema, de octubre de 1998 a diciembre de 1999, y después el Gobierno Prodi, de mayo de 2006 a mayo de 2008. Romano Prodi fue el único político italiano capaz de derrotar a Berlusconi, pero su Gobierno de coalición, que abarcaba desde un centro excesivamente de derechas a una izquierda demasiado radical, fue constantemente socavado por un lado y por otro, sobre todo por dos nefastos personajes: Clemente Mastella, líder de una derecha con un electorado clientelar en la región de Nápoles (hoy, él mismo y muchos de sus representantes están siendo objeto de investigaciones judiciales) y Fausto Bertinotti y el extraño partido de Refundación Comunista. Bertinotti, aficionado a participar cada noche, vestido por los mejores diseñadores italianos, en el programa televisivo más sórdido de la RAI, presentado por el periodista Bruno Vespa, quien permitió realizar a Berlusconi un “contrato televisivo con los italianos”, con el que Berlusconi prometió un paraíso a quienes le escuchaban.
Hoy puede decirse que Berlusconi creó un mundo ficticio gracias a su imperio televisivo y mediático y que los italianos cayeron en un “Show de Truman”, como lo ha definido Barbara Spinelli. Pero no hay que olvidar que este “Show de Truman” ha producido leyes concretas, una situación concreta, un régimen. Y tampoco hay que olvidar las verdaderas responsabilidades de quienes han sido condescendientes con ese grotesco espectáculo, que desgraciadamente no se ciñó únicamente a la televisión sino que afectó a la vida real. Para empezar, la clase dirigente, es decir, los mismos industriales italianos que hoy tanto se quejan. Fueron ellos quienes exaltaron a Berlusconi y vieron en él al Hombre Nuevo que podía dar mayores ganancias a una categoría a la que, desde luego, ganancias nunca faltaron. Igual que los industriales y propietarios agrícolas con Mussolini, los empresarios italianos han dado muestras de su incapacidad ante una nueva economía mundial. Cerriles, mezquinos, provincianos, ávidos, de un apetito sin fin, vieron en Berlusconi al hombre que les consentiría pagar menos impuestos y explotar mejor a sus obreros.
El otro gran cómplice del berlusconismo ha sido el Vaticano. Berlusconi ha destrozado la escuela pública, favoreciendo la escuela confesional e inyectando mucho dinero (no del suyo, sino del Estado) en favor de la escuela privada de orientación católica. Los coqueteos, los acuerdos, los compromisos entre Berlusconi y la Conferencia Episcopal durante estos años han tenido algo de obsceno. El cardenal Bertone, uno de sus mayores aliados, sigue siendo consejero del Papa. La tercera responsabilidad de la anestesia de las conciencias que han sufrido los italianos la atribuyo a la llamada prensa independiente y liberal. Berlusconi llegó al extremo de considerar la prensa como algo de su propiedad. Los españoles recordarán un encuentro oficial entre Berlusconi y Zapatero donde, lamentándose del corresponsal de El PAÍS, Miguel Mora, Berlusconi dijo a un Zapatero que se limitaba a sonreír que sus periodistas no se comportaban bien. Lo cierto es que Berlusconi dispone con los medios que controla de una auténtica batería de cañones. En primer lugar, el diario Il Giornale (perteneciente a su hermano Paolo, condenado por corrupción) y además Libero e Il Foglio de Giuliano Ferrara, ex-ministro y consejero personal suyo, periódicos dirigidos por gente sin escrúpulos. Vittorio Feltri, uno de los directores de Libero, es aún temible por todos los dosieres proporcionados por los servicios secretos próximos a Berlusconi, que han tenido fichados secretamente a periodistas, intelectuales, economistas, industriales, banqueros y políticos. Estos ficheros permitieron a Berlusconi increíbles acciones de linchamiento de sus opositores, a menudo con el consenso del Vaticano. Baste mencionar el caso de Dino Boffo, director del diario católico Avvenire, sobre quien Feltri publicó un falso dossier policial haciéndolo pasar por homosexual. Se desconoce si fue una filtración o un montaje del periódico, pero Feltri, tras algunos meses suspendido por el colegio de periodistas, se excusó por el error y es de nuevo uno de los más temibles periodistas italianos, inventor del “Metodo Boffo”.
Otro periódico con graves responsabilidades es el Corriere della Sera. Tradicionalmente órgano de la burguesía del Norte, hubiera podido alinearse con una burguesía ilustrada y progresista que también existe (el abogado Pisapia, representante de esta mentalidad, ganó recientemente las elecciones municipales en Milán), pero optó por la burguesía más reaccionaria y fascistoide. Cuando el director Ferruccio De Bortoli decidió publicar por entregas La rabia y el orgullo, de Orianna Fallaci, uno de los libros más xenófobos y nefastos del periodismo italiano, se cruzó el Rubicón. El libro fue también premiado por el presidente de la República C. A. Ciampi, el mismo que firmó el envío de tropas italiana a Irak bajo el nombre de “misión de paz”. El berlusconismo ha sido una época entera.
Si hay hoy en la prensa italiana un periódico que pueda presumir de haber desarzonado a Berlusconi es Il fatto quotidiano, dirigido por Antonio Padellaro y por el más valeroso periodista italiano, quien prácticamente solo ha hecho frente al aluvión de tanta prensa infecta: Marco Travaglio. En sus libros y sus artículos, Travaglio nunca ha dejado de denunciar las conexiones de Berlusconi con la extrema derecha, las finanzas de negocios más sucios, la mafia, Putin, Gadafi. Lo peor con lo que Berlusconi ha tejido el entramado de su poder.
Por esto será difícil deshacer la tela que se le permitió tejer a Berlusconi en 17 años de poder. No me demoro en las profundas heridas que mediante sus leyes en beneficio propio ha infligido Berlusconi a la Constitución italiana y por lo tanto a las reglas de la Unión Europea. Son muchas, algunas de difícil remedio. Los mercados han provocado su caída, pero la Unión Europea lo ha tolerado hasta hoy. Habrá que esperar acontecimientos».