El desplome de Spanair es la crónica de un desastre anunciado. Aunque, desde mi punto de vista, tiene su parte buena, pues con él se corta una importante sangría de dinero público en unas circunstancias en que las prioridades son muy otras. Los sueños identitarios, muy fáciles de tener cuando también los pagan (quieran o no) los demás, producen monstruos. Pero los soñadores, esos déspotas tan poco ilustrados que nos gobiernan, y que padecen un cortocircuito de prioridades que asusta, no tienen de qué preocuparse. Nadie les pedirá cuentas por tanto dinero de todos tirado a la basura. Mientras, a los interinos que trabajan para la Generalitat se les recorta el 15% de jornada y sueldo de un día para otro, y no pasa nada. Ya no sé si vivo en un país, o en un gigantesco anuncio de Tampax.