Como no sólo de conciertos de jazz vive el hombre, anoche acudí al Sant Jordi Club para ver y oír a Dream Theater y a su grupo telonero, Periphery. En principio, el concierto iba a celebrarse en el Palau Sant Jordi, pero en estos tiempos de vacas flacas sólo algunos ilustres consagrados, además de los productos de moda del momento, se pueden permitir semejantes ataques de optimismo. Con todo, no me quejo del cambio: la sala pequeña (es un decir) del Sant Jordi es espaciosa, y la calidad del sonido me sorprendió agradablemente.
Empecemos por el principio: Periphery es una banda cuya existencia desconocía hasta esta misma semana. Un día antes del concierto escuché varias canciones suyas y, la verdad, me parecieron demasiado duras para mi gusto. Después de verlos actuar mi opinión sobre ellos ha mejorado. Hay grupos que tocan a toda pastilla para disimular lo malos que son, pero me quedó claro que no es el caso de Periphery. Hay potencia, agresividad, mucho volumen y guitarras rítmicas que parecen venidas del mismo infierno, desde luego, pero también hay bastante pericia instrumental (el batería Matt Halpern es sin duda un músico de nivel elevado) e interés por transitar caminos no demasiado trillados. Me sobran muchos gritos guturales machorros, pero más allá de eso, hay música interesante, y unos señores que sobre el escenario dan toda la impresión de creer en lo que hacen. Es de esperar, de acuerdo a la lógica, que la banda, que ya ha experimentado numerosos cambios de personal desde que comenzó su andadura en el año 2005, se estabilice y, si su evolución natural la lleva a vericuetos más melódicos, nos ofrezca alguna destacable sorpresa como la que ya han deparado bandas antes aún más pegadoras como Opeth. Buena nota, pues, y habrá que ver qué nos depara Periphery en el futuro.
A la hora de hablar de Dream Theater, lo primero que uno debe dejar claro es que sus cuatro instrumentistas son excepcionales, que su técnica es asombrosa y que juntos suenan realmente bien. Por lo tanto, acudí a Montjuïc en busca de metal progresivo virtuoso, y eso fue lo que encontré. La banda acudía a Barcelona para defender su ultimo álbum, A dramatic turn of events, que pocas novedades aporta a la historia del grupo, además del cambio de batería y algunos temas excelentes, como el que abre el disco, On the backs of angels. Introducción orquestal, proyecciones pinkfloydianas… Dream Theater. Caña virtuosa, música contundente pero que, al menos a mí, me invita más a quedarme quietecito y admirar lo que ocurre en el escenario que al headbanging. Pocas bandas, de cualquier género musical, son capaces de tocar tan rápido y tan bien como Dream Theater. Ahora pasemos a los (pocos) defectos: vale que tocaba presentar en sociedad al nuevo batería, Mike Mangini, y dejar que el hombre demostrara el por qué de su fichaje, pero un solo de batería de diez minutos en un concierto de dos horas es a todas luces excesivo. A los dos o tres minutos ya has dicho lo que tenías que decir; el resto, es recrearse. Fuera del momento Mangini, el defecto del grupo fue el contrario: me pareció todo demasiado controlado, demasiado medido. Parafraseando el título de uno de los mejores álbumes de la banda, vi demasiado sistema, y demasiado poco caos. Dream Theater parecen empeñados en demostrar que, además de ser unos instrumentistas cojonudos (lo de Myung al bajo es de cine, y eso que no hizo solo), también son una banda sólida y capaz de crear buenas canciones. No tengo duda de ello, y por eso me quedé con ganas de algún momento más desmelenado, o directamente jam session, y me sobró algún lance baladístico. Aún así, disfruté lo mío, Rudess y Petrucci son dos monstruos (aunque al segundo le veo más fuerte de técnica que de discurso), y el concierto se me hizo corto. Ah, se me olvidaba: el cantante James LaBrie, que no es precisamente lo que más me gusta de Dream Theater, hizo un buen concierto. Pedazo de banda, en suma.
Vídeo de la canción que inicia A dramatic turn of events:
Un clásico de la banda: