Parece ser que nuestro embustero, vendido e inepto poder ejecutivo, y nuestro corrupto, reaccionario y esclerotizado poder judicial andan molestos ante el aluvión de críticas vertidas contra este último tras la sentencia de once años de inhabilitación dictada por el tribunal supremo (así, en minúsculas) contra el juez Baltasar Garzón. No sé qué esperaban esos semidioses con toga, aunque no tienen que preocuparse por estas pequeñas tormentas: lo de Garzón es sólo un pretexto; el poder judicial en España merece y tiene el desprecio de muchos desde hace tiempo, así que ya no les viene de aquí. Además, gobiernos y mandamases de la judicatura siempre pueden cambiar las leyes y crear otras que permitan procesar, encarcelar, enviar al exilio o fusilar a quienes les critiquen o se opongan a sus designios. Se les da de coña.
Ridícula reacción del gobierno español (y de destacados miembros de otros partidos) en el ya famoso tema de los guiñoles del Canal + francés. Dicha reacción sólo se explica por la notable querencia de nuestros políticos por las cortinas de humo. Sorprende tanto interés, y tantas vestiduras patrias rasgadas, por los chistes (con más o menos gracia o mala baba, ése es otro tema) emitidos en un canal privado de televisión de un país extranjero. Si alguno de los aludidos (o todos ellos, pero SÓLO ellos) creen que se mancha su imagen o se vulnera su derecho al honor, disponen de los cauces legalmente establecidos para restablecerlo. El bombo organizado a otros niveles con este asunto denota, por parte de muchos, un muy pueblerino complejo de inferioridad.
Toca las narices que al abaratamiento del despido, al recorte de derechos laborales y a la promoción del subempleo (cuando no, directamente, del desempleo) se le siga llamando reforma laboral. Vale que llamarlo nueva sesión de sodomía forzosa a los currelas suena demasiado retorcido, pero de sobredosis de eufemismos también se muere. Por cierto, para seguir creyendo que abaratar el coste del despido estimula la contratación indefinida (término que apenas tiene ya sentido) hay que ser, o muy tonto, o muy cínico.
Por último, manifiesto desde aquí (lo haré también en persona, y con la correspondiente firma) mi absoluta solidaridad con los empleados del Gran Teatre del Liceu de Barcelona. Como siempre,y como en casi todas partes, ellos pagan la inepcia, la prepotencia y el derroche de otros.