Los franquistas, y muchos de sus hijos y nietos, son gente la mar de sensible. Por eso reaccionan con tanta virulencia cuando se intenta reparar la memoria de sus víctimas, de personas que fueron fusiladas, sin juicio ni derecho alguno, por ser de izquierdas. O cuando se trata de investigar los robos organizados de niños durante la dictadura. Tampoco les gustan nada las manifestaciones de estudiantes: por eso envían contra ellos a los antidisturbios en sitios como Valencia, dando lugar a unas imágenes que provocan indignación, sonrojo y, me temo, ninguna dimisión. No sé por qué están tan nerviosos, ahora que el país es más suyo que nunca desde 1975. Un aviso: cuando unos pequeños fuegos se intentan apagar con gasolina, se corre el riesgo de generar un gran incendio. Y no es bueno machacar a los débiles: muchos de ellos, juntos, tendrían mucha fuerza. Y unos cuantos, bien organizados, sí podrían llegar a ser un verdadero enemigo, palabra con la que ellos designan a todo aquel que les lleva la contraria en algo.