Se celebra el bicentenario de la Constitución de Cádiz, primer intento serio de hacer de España un país moderno y europeo que, como todos los demás, acabó en un rápido y rotundo fracaso. Doscientos años después, sorprende y descorazona ver lo difícil que sigue siendo en este país avanzar hacia la libertad, la igualdad y el progreso, y la facilidad con la que los de siempre consiguen abortar cualquier mejora que se intente hacer. Seamos sinceros: a los españoles que creen en la libertad, la justicia, la ciencia y la modernidad, les siguen quedando las mismas opciones de siempre (excepto el paredón, que hoy está mal visto): cabreo, ostracismo y exilio. Nunca he creído en las casualidades, y por ello pienso que si, por muchos años y siglos que pasen, un país no funciona, algo malo tendrá.