Dicen las malas lenguas que lo que más ha movido a Rajoy a flexibilizar, por su cuenta y riesgo (es decir, contra la opinión de Mamá Merkel), el objetivo de déficit público previsto para este año 2012, es su deseo de evitar que las masas puteadas le arrojen al Manzanares en cuestión de meses. El panorama, sin embargo, es bastante halagüeño: este año se harán recortes por valor de 30.000 millones de euros, se espera una caída del PIB del 1,7%, y que el desempleo aumente, en términos de contabilidad nacional, en 630.000 personas de aquí a finales de diciembre. Dicho de otro modo, que, a base de ir acumulando sucesivas derrotas, estamos cada vez más cerca de la catástrofe final. Por otra parte, cargar a las comunidades autónomas (que son, en su mayoría, un pozo sin fondo, pero asumen el coste de buena parte de los servicios públicos esenciales) el mayor peso en el recorte del déficit previsto es, que nadie se confunda, un nuevo paso en el desmantelamientos de dichos servicios públicos, y por ende del estado del bienestar, que ya se está haciendo con éxito (y tibia contestación social) en Catalunya, donde los grandes hospitales públicos ya son incapaces de asumir las consecuencias de una epidemia de gripe y cierran quirófanos, postergando operaciones graves, para hacer frente a los episódicos incrementos de las necesidades asistenciales de la población. Y, mientras tanto, los expoliadores y esquilmadores de los recursos públicos del país siguen ahí, riéndose de nosotros y dictando recortes para los demás.