Una de las pocas cosas positivas que han sucedido en España en las últimas épocas ha sido la aparición del movimiento 15-M, el cual vuelve a exhibir poder de convocatoria doce meses después de su puesta en escena. Razones para estar indignado las hay más ahora que entonces: caos bancario, recortes en derechos sociales básicos, aumento del desempleo, recesión económica… Lo menos que puede y debe hacerse es protestar frente a tal desaguisado, ante el que la clase dirigente se muestra tan incapaz en la gestión como cerril en la renuncia a unos inmorales privilegios que pueden acabar provocando un verdadero estallido social. Sin embargo, no todo se acaba en la ocupación de plazas, la dación en pago y las listas abiertas: hay mucha María Antonieta suelta entre los políticos (de todos los lugares y partidos, aunque en algunos cuecen más habas que en otros), empresarios defraudadores de sumas millonarias y banqueros que han hundido este país, y desde luego entre los paniaguados e ineptos responsables de organismos supervisores, capitostes judiciales, defensores del pueblo en la inopia y demás costosos parásitos. Muchos de ellos tendrían que haber dejado sus cargos hace tiempo; algunos no merecen otra cosa que la cárcel, con devolución íntegra de lo rapiñado y todo el escarnio posible. Ellos no van a irse por sí solos, pues son demasiado sinvergüenzas para eso; quienes les ha aupado a los sillones que ahora ocupan, tampoco les echarán salvo que el no hacerlo suponga una amenaza para ellos mismos. Por lo tanto, a unos y a otros hay que ayudarles a hacer lo correcto.