El Fútbol Club Barcelona se proclamó anoche, por vigésimo sexta vez en su historia, campeón de la Copa del Rey en partido jugado en el campo del Atlético de Madrid por cosas de… obras. En lo futbolístico, no hubo historia: el Barça es muy superior al Athletic, salió arrollando, marcó tres goles en media hora y dedicó el resto del partido a no hacer más sangre. Hoy en día, el abismo que existe en el fútbol español entre el Barcelona, el Real Madrid y el resto de equipos hace que las dos mejores alternativas de que dispone cualquiera de esos clubs para derrotar en una final a uno de los dos grandes sean llegar a la tanda de penalties o esperar que el adversario tenga un accidente aéreo antes del partido.
Más allá de lo propiamente futbolístico, la final de anoche supuso la despedida del entrenador más exitoso de la historia del Barça, Pep Guardiola. Apoyado en una plantilla excelsa, a la que ha sabido gestionar maravillosamente en lo psicológico, y bastante peor en lo táctico, Guardiola ha obtenido la friolera de 14 títulos importantes en cuatro años, cifra difícilmente repetible. Veremos cómo se las apañan el equipo y el club sin él, y cómo se desarrolla su proceso de beatificación, sin duda inminente.
Una última reflexión extradeportiva, sobre el artificial debate de la pitada al himno español que, por supuesto, fue mayúscula por mucho que RTVE intentara disimularla: a Esperanza Aguirre habría que recordarle la célebre frase de Samuel Johnson que dice que el patriotismo es el último refugio de los miserables. La presidenta, a la que han pillado con las cifras del déficit falsificadas, se dispone a hacer brutales recortes en derechos sociales y económicos fundamentales, y por ello no ha dudado en envolver su incompetencia y su pura mala baba en la bandera rojigualda, táctica que, por cierto, en Catalunya conocemos la mar de bien aunque la bandera sea otra (con los mismos colores, eso sí). Respecto a la pitada propiamente dicha, me parece que todo el mundo está en su derecho de aplaudir o silbar lo que le apetezca: yo no me siento ni español ni catalán, y desde mi punto de vista cualquier himno nacional es digno de abucheo. También los de quienes ayer silbaban en el Vicente Calderón cuando sonó la Marcha Real, por supuesto. Con todo, silbar un himno nacional extranjero (porque quiero creer que la pitada se debe a que quienes de ella participaron no sienten el himno español como propio) es un puro y simple ejercicio de mala educación. Seguro que los silbadores de ayer no hubiesen hecho lo mismo con el himno alemán, lo que me resulta la mar de curioso…