DAVID FOSTER WALLACE, Entrevistas breves con hombres repulsivos. Mondadori, 323 páginas.
Los buenos libros suelen empezar bien. Este que aquí reseño lo hace con un excelente microrelato (Historia radicalmente concentrada de la era postindustrial), que además de marcar el tono de lo que leeremos en las siguientes páginas, demuestra, con menos de cien palabras, que nos hallamos ante un muy buen escritor.
En el resto del libro, hay relatos abiertamente experimentales (Tri-Stan: He vendido a Sissee Nar a Ecko, divertida caricatura del mundo de las grandes cadenas de televisión), y otros mucho más clásicos en cuanto al léxico y la estructura. En su análisis de los mecánicos mentales y sociales de los estadounidenses de la era posmoderna (que es el tema común de los relatos que componen el libro), Wallace es siempre incisivo y profundo, lo que paradójicamente le lleva muchas veces a la superficialidad y el cinismo, rasgos muy frecuentes en los individuos que describe. No hay más que leer las cuatro series de entrevistas de las que el libro toma su título, en las cuales se realiza una certera disección de las relaciones eróticas desde un prisma exclusivamente masculino. Se trata, además, de unas entrevistas en las que se prescinde directamente de las palabras del interrogador: sólo hay un punto de vista, el de hombres confusos, descreídos, simples depredadores sexuales y/o alérgicos al compromiso, que por omisión describen a unas mujeres muchas veces tan repulsivas como ellos mismos. Todo ello adornado con mucho humor negro, que sin embargo está ausente en dos de los mejores relatos del libro: La persona deprimida, descriptivo descenso a los abismos de una enfermedad que marcó la existencia del propio autor, y En su lecho de muerte, cogiéndote la mano, el padre del aclamado nuevo dramaturgo joven y alternativo pide un favor, que es a la vez un descarnado retrato de la decrepitud y la enfermedad y el más afilado manifiesto contra la paternidad que jamás he leído. Muy pocos de los personajes que pululan por el libro resultan simpáticos. Los más, son tirando a miserables; casi todos, sin embargo, hacen gala de una enorme sinceridad: el libro está lleno de palabras y sentimientos que pocas veces se dicen, por mucho que se piensen, y el tono confesional aparece con mucha frecuencia. El dominio del lenguaje y la precisión narrativa son muy destacables (lo que hace necesario destacar el esfuerzo en la traducción de Javier Calvo), y los altibajos en cuanto al interés de los relatos muy escasos.
Se trata, en definitiva, de una muestra más de que la narrativa norteamericana contemporánea puede presumir de un puñado de escritores excelentes, de un libro que exige una lectura atenta, casi siempre certero aunque muchas veces incómodo, por cuanto a uno no le resulta difícil encontrar en sus personajes el reflejo de las propias miserias, o de las de aquellos que le rodean. Los retratos fieles, y éste lo es de una sociedad entera, suelen desagradar al retratado. Por eso mismo, son absolutamente necesarios.
Transcribo el primer relato del libro, en mi opinión una verdadera joya:
«Historia radicalmente concentrada de la era postindustrial
Cuando fueron presentados, él hizo un comentario ingenioso porque quería caer bien. Ella soltó una risotada porque quería caer bien. Luego los dos cogieron sus coches y se fueron solos a sus casas, mirando fíjamente la carretera, con la misma mueca en la cara.
Al hombre que los había presentado no le caía demasiado bien ninguno de los dos, pero fingía que sí porque le preocupaba mucho tener buenas relaciones con todo el mundo. Después de todo, nunca se sabe, ¿verdad que no? ¿Verdad? ¿Verdad?»