«Mi nombre es Antonios Perris. Durante 20 años he cuidado de mi madre de 90 años de edad. Desde hace tres o cuatro años sufre Alzheimer y recientemente ha sido diagnosticada con esquizofrenia y otros problemas de salud. Los hogares de ancianos no aceptan pacientes que suponen tal carga. El problema es que yo no estaba preparado y no tenía efectivo cuando se produjo de súbito la crisis económica. A pesar de tener propiedades y haber vendido todo lo que he podido, me he quedado sin dinero y ya no tengo para comer. Recientemente he sufrido de nuevos y serios problemas de salud. Ninguna solución viene a mi cabeza. Suficientes propiedades pero no dinero en efectivo, lo que significa no comida. ¿Alguien conoce alguna solución?»
Este fue el mensaje que dejó en internet un hombre desesperado, pocas horas antes de arrojarse al vacío desde una azotea, junto a su madre, cogidos de la mano en busca de una paz imposible para ellos aquí en la Tierra. Historias como esta, aunque silenciadas, son cada vez más frecuentes en muchos países de una Europa que camina hacia el abismo, guiada por una nación que ya fue responsable directa de los dos episodios más sangrientos que ha vivido la humanidad en toda su historia. Urge un giro copernicano, el tiempo se agota. Y los que sobran no son los que encuentran la solución en el suicidio, sino quienes les empujan a ello.