THE RED SHOES. 1948. 128´. Color.
Dirección : Michael Powell y Emeric Pressburger; Guión: Michael Powell y Emeric Pressburger, basado en un guión de este último, inspirado en el cuento The Red Shoes, de Hans Christian Andersen; Director de fotografía: Jack Cardiff; Montaje: Reginald Mills; Música: Brian Easdale; Dirección artística: Arthur Lawson; Diseño de producción: Hein Heckroth; Producción: Michael Powell y Emeric Pressburger, para The Archers (Gran Bretaña).
Intérpretes: Anton Walbrook (Boris Lermontov); Marius Goring (Julian Craster); Moira Shearer (Victoria Page); Esmond Knight (Livy); Leonide Massine (Ljubov); Ludmilla Tcherina (Irina Borovskaia); Austin Trevor (Profesor Palmer); Eric Berry (Dimitri); Robert Helpmann (Ivan Boleslawsky); Albert Basserman (Ratov); Irene Browne, Joy Rawlins, Marcel Poncin, Michel Bazalgette.
Sinopsis: Victoria Page es una joven cuya principal ambición es convertirse en una bailarina de éxito. Conoce al mejor coreógrafo del mundo, Boris Lermontov, que la contrata diciéndole que, si es capaz de sacrificarlo todo por el baile, él la convertirá en la número uno. Para ello, le da el papel protagonista en un nuevo ballet, Las zapatillas rojas, cuya música ha encargado a un joven compositor de talento, Julian Craster.
Hay películas que brillan con un aura especial, y ésta es una de ellas. En primer lugar, porque se trata de un espectáculo visual de primer orden, y también porque es una de las películas más importantes jamás filmadas en un género, el musical, hacia el que no siento una especial afinidad. Sin embargo, la película engancha por poco que a uno (melómano irredento, eso sí) pueda interesarle el ballet. Su gran motivo argumental, los sacrificios que se requieren para llegar a ser el mejor en algo, por mucho talento natural que se tenga, y si es o no propio de la naturaleza humana el estar dispuesto a hacerlos, es susceptible de interesar a cualquier persona con unas mínimas inquietudes intelectuales. Y, por citar otro ejemplo, en la introducción se toca otro tema relevante y que nunca deja de estar de moda en la cultura, el del plagio. Pero Las zapatillas rojas es, sobre todo, danza y color, y en eso es soberbia. El trabajo de Jack Cardiff como operador de cámara merece todo tipo de parabienes, como ocurre con otras de sus colaboraciones con Powell y Pressburger, dos directores fantásticos en eso de crear un envoltorio visual atractivo para sus obras. El otro argumento potente del filme es la música, tanto la original de Brian Easdale como la de obras emblemáticas de la danza como El lago de los cisnes, ahora de actualidad tras el reciente éxito de Cisne negro. Porque Las zapatillas rojas es una película sobre el ballet, hecha desde un amor profundo por esta forma de arte, que acaba contagiándose al espectador a poco que éste no sea totalmente refractario. Admiras la gracilidad de los movimientos tanto como la mucha disciplina que hay tras ellos, y ése es uno de los grandes méritos del film. En lo narrativo hay algunas carencias, y el final es forzadísimo, pero la película en su conjunto es un espectáculo de primera para cinéfilos de pro.
En el plano interpretativo, creo que Moira Shearer baila estupendamente pero su actuación se queda en correcta (peaje obligado: ninguna actriz de primera fila podría haber bailado ni la mitad de bien que ella), Marius Goring no consigue darle mayor riqueza a un personaje quizá demasiado esquemático, y en cambio Anton Walbrook convence en el rol de ese coreógrafo perfeccionista hasta lo enfermizo para quien la vida y las pasiones humanas importan en general poco, o directamente nada cuando se enfrentan al arte. Y reconozco que me encantan sus palabras y su tono cuando invita a la protagonista a renunciar a su talento y convertirse en una feliz, aburrida e intrascendente ama de casa. Porque de eso es de lo que realmente habla el film, de si el artista tiene derecho a dejar de serlo para convertirse en… persona. Lermontov cree que no, y no sólo predica con el ejemplo, sino que espera, vanamente, que el resto de seres tocados por la varita mágica del talento haga lo mismo. Repito, eso sí, que el final es de lo peor del film y rompe en buena parte con su espíritu. A pesar de ello, excelente película.