Carlos Dívar, presidente del Tribunal Supremo, ha sido acusado por un vocal del Consejo General del Poder Judicial de un delito muy común entre los cargos públicos españoles: malversación. Al parecer, el jefe de los jueces utilizaba el dinero de todos para pagarse algunos gastos en sus lujosos viajes privados. Dívar se ha defendido de la acusación diciendo que dispone de los recibos que acreditan que pagó esos gastos de su propio bolsillo, y que, en todo caso, las cantidades presuntamente malversadas son «una miseria». La utilización de esta última palabra debería suponer el cese inmediato de Dívar, independientemente de las posibles responsabilidades penales que se deriven de sus actos. Porque aquí todo el mundo roba una miseria (que ya nos gustaría cobrar a muchos, seguramente), pero miseria a miseria la caja común se ha ido quedando en nada, y al parecer ninguno de los ladrones, presuntos o probados, tiene previsto devolver lo que sacó. Tanta miseria moral es lo que nos ha llevado a la ruina. Y gobernados por los mismos parásitos que nos han llevado a ella, ahí nos vamos a quedar.