Cuando el desprestigio de las altas instancias judiciales españolas ha llegado al máximo, bueno es que a Carlos Dívar, todo un símbolo de cómo actúan buena parte de los dirigentes de este país, le hayan obligado a dimitir por cargas viajes de placer (hechos, además, en fin de semana) al erario público. El individuo dice haber sido víctima de una cruel campaña de difamación, y no ser consciente de haber hecho nada malo. Pues si hay que explicárselo, o el hombre es muy corto, o se lo hace. Deduzco lo segundo porque en el fondo soy un tipo bien pensado, así que al ya ex-presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo sólo puedo decirle que su chiste no me ha hecho gracia y despedirle con una sola palabra: piérdete.