THE DEER HUNTER. 1978. 176´. Color.
Dirección : Michael Cimino; Guión: Deric Washburn, basado en una historia de Michael Cimino, Deric Washburn, Louis Garfinkle y Quinn K. Redeker; Director de fotografía: Vilmos Zsigmond; Montaje: Peter Zinner; Música: Stanley Myers; Dirección artística: Ron Hobbs y Kim Swados; Producción: Michael Cimino, Michael Deeley, John Peverall y Barry Spikings, para EMI Films (EE.UU.).
Intérpretes: Robert De Niro (Mike); Christopher Walken (Nick); Meryl Streep (Linda); John Savage (Steve); John Cazale (Stanley); George Dzundza (John); Chuck Aspegren (Axel); Rutanya Alda (Angela); Pierre Segui (Julien); Shirley Stoler, Mady Kaplan, Amy Wright, Somsak Sengvilai, Po Pao Pee.
Sinopsis: Mike, Nick y Steve son tres jóvenes de origen ruso que viven en una pequeña ciudad de Pennsilvania y están a punto de marcharse a combatir a Vietnam. Antes de eso, Steve contraerá matrimonio. Sus vivencias en la guerra marcarán su vida para siempre.
Antes de la proyección de El Cazador, lo suyo sería que apareciera en pantalla un cartel con el siguiente aviso: «No sólo van ustedes a ver una película; también van a vivir una experiencia». Porque el segundo largometraje dirigido por Michael Cimino posee una fuerza, una intensidad y un derroche de talento que le sitúa en el pedestal que se dedica a las obras maestras.
El Cazador no es una película sobre Vietnam, aunque lo vivido allí cambie para siempre la existencia de sus protagonistas, sino, sobre todo, una película sobre la amistad, y también sobre la pérdida: de la juventud y de la alegría. Al principio, Mike, Nick, Steve, Stan y Axel salen de la fundición en la que trabajan y son todo jovialidad: ríen, pelean, cantan, beben y juegan al billar; son como niños grandes a quienes la vida les sonríe y se creen invulnerables. Mike es fuerte, inteligente, difícil de comprender incluso para sus amigos y le encanta salir de caza; Nick es enigmático, y también la única persona en quien Mike realmente confía; Steve es un joven sensible que está a punto de casarse con Angela contra la opinión de su familia. Los tres marcharán en pocos días a Vietnam: quieren luchar por su país y regresar como héroes a su ciudad natal. Sus otros amigos (el fanfarrón Stan, el hercúleo y simple Axel y el buenazo de John, dueño del bar en el que siempre se reúne el grupo) permanecerán en ella, al igual que las mujeres: una de ellas, Linda, gusta tanto a Nick como a Mike, y está enamorada del primero. Antes de la guerra, ocurrirán dos hechos de suma importancia en el desarrollo del film: la boda de Steve y la última cacería conjunta del grupo, que ocupan gran parte de la primera hora de metraje de la película.
La boda y el banquete, realizados de acuerdo a los ritos de la Iglesia ortodoxa rusa (las familias de los protagonistas llegaron a los Estados Unidos desde allí), son fastuosos, están rodados con extrema minuciosidad y constituyen un brutal ejercicio de virtuosismo por parte de un cineasta cuyo talento y grandeza visual están, en sus mejores momentos, a la altura de uno de sus compañeros de generación, el también italoamericano Francis Ford Coppola, que por entonces se encontraba en Filipinas dando forma a otra película mítica: Apocalypse Now. Pero entre tanto virtuosismo, Cimino no se olvida de la historia, pues en esas escenas ocurren tres cosas que nos anuncian todo lo que sucederá después: el encuentro de los protagonistas, ya muy bebidos, con un soldado que ha vuelto de Vietnam con la mirada ida, el rostro pétreo y ninguna gana de hablar de lo que ha visto allí; la promesa de Nick de casarse con Linda en cuanto regrese de la guerra, y otra promesa aún más decisiva: la que le saca Nick a Mike, pues resultará profética: «Prométeme que, pase lo que pase, no me dejarás allí». Después de eso, el grupo sale a cazar ciervos: es lo que creen que van a hacer también en Vietnam, perseguir y dar muerte a animales indefensos.
Pero los cazados son ellos: Mike, Nick y Steve se reencuentran en la selva y son hechos prisioneros por tropas del Vietcong que disfrutan deshaciéndose de sus víctimas haciéndoles jugar a la ruleta rusa. Estas escenas, que hicieron que el film fuera acusado de racismo, son de una potencia pocas veces vista en el cine. Al final, los tres amigos consiguen huir gracias a la fuerza de voluntad y la audacia de Mike, pero sólo él será capaz de seguir adelante: Nick queda traumatizado por la experiencia casi tanto como Steve, quien además, por culpa de un accidente durante la huida, quedará para siempre postrado en una silla de ruedas.
Mike vuelve a casa. Sus amigos le han preparado una fiesta de bienvenida, y su reacción es saltársela y decirle al taxista que le lleva que prefiere ir a un hotel. Primero va a ver a Linda, a quien Nick (visto por Mike en Saigón jugando a la ruleta rusa por dinero) ni siquiera ha escrito o telefoneado durante su ausencia. Después se produce el reencuentro con los amigos, pero para Mike ya nada será como antes: falta el mejor de ellos, Nick; también Steve; pero, sobre todo, hay un hecho fundamental: para todos los que no han vivido directamente la guerra, todo sigue igual que antes; para él, jamás podrá serlo, aunque ahora tenga el amor (que ella llama consuelo mutuo) de Linda. Descubre que Steve está en un hospital de veteranos y éste, impedido físicamente y traumatizado para siempre, le confiesa que todos los meses un desconocido le envía dinero al hospital. Mike sabe que el benefactor no es ningún desconocido, sino Nick, y sabe también que ha de volver a Saigón a buscarle, tal y como le prometió una noche de borrachera que parecía haber sucedido siglos antes.
El director Spike Lee ha dicho en alguna ocasión que supo que quería hacer películas después de ver El Cazador. Le entiendo, porque este film lo tiene todo: una historia atractiva, compleja y poderosa que trata cuestiones esenciales en la vida de todo ser humano; un guión que la plasma con extremo detalle; una dirección tan brillante como megalómana, obra de un realizador de inusual talento que, después del enorme triunfo conseguido por esta película, vio cómo se hundía su carrera… después de haber rodado otra obra maestra. Cimino, cineasta controvertido como pocos, genial y egomaníaco, ha pasado a la historia como el Erich Von Stroheim moderno, pero fue capaz de crear películas sólo al alcance de los elegidos. Cuando ves cómo está rodado todo, desde las escenas de la fundición hasta el juego de la muerte en oscuros tugurios de la ciudad que pronto se llamaría Ho Chi Minh, y especialmente esa iglesia de Clairton, Pennsilvania, cuya cúpula tantas veces se ve durante el metraje, los bailes, la extrema belleza de los parajes naturales en los que están rodadas las escenas de caza, o cómo se enfocan los rostros y se enfatizan las miradas de los protagonistas, sólo queda levantarse y quitarse el sombrero. El trabajo de Vilmos Zsigmond en la fotografía es fantástico, como casi todo en un film que ganó cinco Oscars (entre ellos, el de mejor película y el de mejor director), pero que destaca por los que perdió, entre ellos el de Zsigmond, quien a las órdenes de Cimino hizo seguramente sus dos mejores trabajos.
Michael Cimino simboliza mejor que nadie el ascenso y caída (ambos meteóricos) de lo que se dio en llamar Nuevo Hollywood, una época en la que se dio una explosión de talento en el cine que no ha vuelto a repetirse, ni siquiera, en muchos casos, entre quienes la protagonizaron. Ninguno de sus actores protagonistas ha estado nunca mejor que aquí, aunque Robert De Niro, que en El Cazador nos brinda (sin exagerar) una de las mejores interpretaciones de la historia del cine, ha pisado estas cimas en otras ocasiones; aquí, su Mike tiene una riqueza de matices, una intensidad (muchas veces silenciosa; las menos, histriónica) y un brillo pocas veces vistos. El resto de los actores cumpliría sólo con no quedar a la altura del betún frente a semejante despliegue, pero llegan mucho más allá porque, repito, aquí sobra talento: Christopher Walken seduce antes de la ruleta rusa, e impresiona y asusta después; Meryl Streep (actriz a la que normalmente no soporto, aún reconociéndole calidad) baila con gracia, mira con autenticidad y transmite con convicción el sufrimiento de su personaje. Mención especial para John Cazale, que rodó el film padeciendo un cáncer terminal, falleció antes de su estreno e incorpora a un personaje que guarda ciertos parecidos con el de Fredo Corleone (de hecho, la película, como El Padrino, empieza con una boda y termina con un funeral) con su habitual maestría: véase, si no, la escena en la que Mike le apunta con la pistola, prueba definitiva de que quienes fueron a la guerra viven en un mundo que siempre será distinto al de quienes se quedaron en Clairton. Y John Savage, cuyo personaje refleja la debilidad frente a los horrores del mundo de quienes son sensibles, queda en un segundo plano que su interpretación no merece.
Más cosas a destacar: a Cimino parece importarle mucho menos la guerra que el mostrar quiénes eran sus personajes antes de ella, y en qué se convirtieron después. La película, en este punto, contradice uno de los pensamientos más conocidos de Nietzsche, y uno de los que menos suscribo: lo que no te mata, te hace más fuerte. Quizá eso se dé en Mike (las escenas de su regreso a Saigón para buscar a Nick, y el desenlace de esa búsqueda, son inmejorables, dicho sea de paso), quien después de haber vivido la caza del hombre por el hombre, prefiere dejar vivir a los ciervos, pero no en los demás: resulta una amarga ironía que unos personajes mutilados emocionalmente (y también en lo físico en el caso de Steve) por las consecuencias de la guerra entonen God bless America en la escena final. En todo caso, es un final muy triste para una película en la que, en efecto, la tristeza va in crescendo.
Por último, decir que el principal tema musical de la película (Cavatina, interpretado por el maestro John Williams) es de los más bellos que se han escrito. Lo mejor de todo es que el film no lo desmerece.
Todo cinéfilo tiene un grupo de películas que están más allá de las muy buenas, el grupo de las películas de su vida. El Cazador es una de las mías. La he visto en distintas edades y circunstancias, y siempre la encuentro tan hipnótica y fascinante como la primera vez. Y espero disfrutarla muchas más veces.