LEONARD COHEN, El juego favorito. Edhasa, 256 páginas.
Cantautor, poeta, y también novelista, Leonard Cohen es fiel a su estilo en cualquiera de las facetas artísticas que ha cultivado a lo largo de su vida. Aquí nos narra las primeras décadas de la existencia de su alter ego, Lawrence Breavman, un judío de clase media nacido en Montreal. Los rasgos autobiográficos son tan evidentes en esta novela construida a base de capítulos muy cortos, de breves retazos que en muchos casos no duran más de una página, que podría decirse que cualquier diferencia entre Breavman y Cohen es puramente anecdótica.
Si algo salta a la vista desde las primeras páginas es que esta novela está escrita por un poeta. Poca distancia existe entre las palabras que aquí Cohen nos muestra en prosa con las que forman sus libros de poemas. Palabras profundas y escogidas escritas por alguien especialmente dotado para arañar espíritus con ellas. El hilo narrativo es la vida misma, empezando por una infancia pequeñoburguesa en la que los hechos más destacables son la temprana pérdida del padre y la precocidad en dos búsquedas constantes en la vida de Leonard Cohen: la palabra precisa y el encanto de las mujeres. El recuerdo de muchas de ellas ilustra y centra esta novela, desde la joven criada Heather, tan presente en la obra del poeta canadiense, a través de la cual éste descubrió la belleza y la armonía del cuerpo femenino, a Lisa, el primer amor de Breavman, pasando por Shell, la mujer a la que conoce en su primera instancia en Nueva York y a la que dedicará un sinfín de poemas. Ante la crueldad y las miserias del mundo, parece decir Cohen, tenemos que hallar el sentido a través del abandono en los cuerpos bellos, que son los lugares en los que más cerca del Paraíso vamos a encontrarnos en toda nuestra vida. Mujeriego empedernido, Breavman seduce a través de las palabras y encuentra sentido al vacío por medio de un sexo que es mucho más un ejercicio espiritual que meramente gimnástico.
El otro tema constante de la novela es el rechazo a la existencia burguesa, al nacer, crecer, reproducirse y morir sin abandonar jamás los tonos grises del hastío. Breavman elige la poesía, y desempeñar empleos puramente obreros para mostrar su anhelo de ir más allá del tipo de vida que por cuna le pertenece. Para ello no dudará en establecerse en Nueva York, dejando atrás a una madre victimista y posesiva y a una ciudad que para él ya no tiene secretos, pero a la que volverá en cuanto se sienta encadenado a su amante neoyorquina. Antes y después Breavman tendrá la amistad de Krantz, su alma gemela masculina hasta que los peajes de la edad adulta empiezan a hacer estragos. Las simpatías del protagonista se dirigen hacia los seres desubicados en el mundo, los inadaptados, los que, como él, no acaban de encajar. Por ello puede parecer que hace lo que quiere, cuando lo que realmente hace es lo que necesita.
El libro, ya ha quedado dicho, es Cohen en estado puro, y no decepcionará a uno solo de sus seguidores, que encontrarán en él todas las virtudes del poeta canadiense en una novela de iniciación honesta y llena de frases para recordar. Tendrán además otros elementos de interés, como el profundo amor por la música que trasluce a través de los párrafos, o la singular visión que el protagonista/autor tiene de los Estados Unidos. La novela se lee en un suspiro, pese a que la traducción incorpora algunos giros y palabras algo extraños, y el punto y coma parece desconocerse. Con todo, la edición es buena y cuidada, y nos permite disfrutar una vez más, y en su faceta menos conocida, del talento de un judío canadiense llamado Leonard Cohen.