HEAVEN´S GATE. 1980. 210´. Color.
Dirección : Michael Cimino; Guión: Michael Cimino; Director de fotografía: Vilmos Zsigmond; Montaje: Lisa Fruchtman, Gerald Greenberg, William Reynolds y Tom Rolf; Música: David Mansfield; Dirección artística: Spencer Deverill y Maurice Fowler; Diseño de producción: Tambi Larsen; Vestuario: Allen Highfill; Producción: Joann Carelli, para United Artists (EE.UU.).
Intérpretes: Kris Kristofferson (James Averill); Christopher Walken (Nathan Champion); Isabelle Huppert (Ella Watson); John Hurt (Billy Irvine); Sam Waterston (Frank Canton); Jeff Bridges (John L. Bridges); Brad Dourif (Mr. Eggleston); Joseph Cotten (Reverendo Doctor); Ronnie Hawkins (Mayor Wollcott); Paul Koslo (Mayor Lezak); Geoffrey Lewis (Fred); Richard Masur, Rosie Vela, Mary C. Wright, Nicholas Woodeson, Caroline Kava, Mickey Rourke, David Mansfield, T-Bone Burnett.
Sinopsis: James y Billy, dos jóvenes de clase alta, se gradúan en Harvard en 1870. Veinte años después, uno es el sheriff del condado de Johnson, en Wyoming, y el otro un miembro de una agrupación de ganaderos y terratenientes que quiere expulsar de la zona al creciente número de familias que llegan a ella desde el este de Europa.
Para bien y para mal, La puerta del cielo es más que una película. Su director, Michael Cimino, acababa de ganar el Oscar por El Cazador, y quiso aprovechar el tremendo poder que otorga ese galardón para realizar un proyecto aún más grande y ambicioso, el de llevar a la pantalla la guerra del condado de Johnson, Wyoming, que tuvo lugar en 1892. El proyecto, sin embargo, nacía con algunas sombras: se trataba de un western, género casi olvidado en la época, su reparto no incluía a ninguna gran estrella y el éxito de El Cazador no era obstáculo para que Cimino, cuya megalomanía y carácter intratable tampoco le granjearon demasiadas simpatías en la industria de Hollywood, fuese el destinatario de numerosos odios y envidias dispuestos a pasarle factura. En general, los productores y los grandes magnates del cine estaban hartos de los más importantes directores surgidos en la década de los 70, y ello por su rebeldía, sus ambiciones artísticas, su escaso respeto por los presupuestos y los dictados de la taquilla, y su extrema arrogancia. Con permiso de Coppola, Cimino era el peor de todos, y fue él quien hizo que se hundiera el reino. Anteriormente, otros proyectos ruinosos como Carga maldita, de Friedkin (cuya carrera cayó en picado a partir de esa película), o 1941, de Spielberg, ya habían afilado las uñas de la industria, deseosa de retomar el control de la situación y de devolver al redil a los jóvenes artistas díscolos. El éxito de películas de palomitas y efectos especiales como La guerra de las galaxias o Superman hizo que los magnates vieran el camino a seguir. El tremendo fracaso de La puerta del cielo marca el final de la última época dorada de Hollywood, y también significó el hundimiento de la carrera de su director. Coppola o Scorsese, por poner dos ejemplos, supieron reciclarse después de los batacazos de Corazonada y El rey de la comedia, y aún fueron capaces de dirigir grandes películas, a veces convirtiendo obras de encargo en obras de arte; Cimino sólo dirigió un film importante después de Heaven´s Gate, y lo hizo al margen de la industria.
Vayamos a la película en sí: otro de los factores que explican su fracaso es la extrema meticulosidad y la desmedida ambición de Cimino, su perfeccionismo extremo, que le hacía repetir tomas costosísimas una y otra vez, y positivar casi todo lo rodado, llevando al límite el famoso dicho de que donde se construyen de verdad las películas es en la sala de edición. El rodaje fue largo, el presupuesto se disparó, el resultado artístico fue espectacular… pero nadie quiso ver la película, y gran parte de la crítica la destrozó. El film fue retirado de las carteleras a la semana de su estreno, volvió a las salas con casi una hora menos de metraje, y ni por esas. Que nadie me pregunte el porqué, pues nunca llegaré a entenderlo: La puerta del cielo es una obra de arte con mayúsculas, y tiene tantas virtudes que sus defectos (muchas veces consecuencia directa de aquéllas) me pasan desapercibidos.
La película empieza con un desfile, al que un joven y exultante James Averill se une a la carrera, incorporándose a la marcha junto a su amigo Billy Irvine: se celebra la ceremonia de graduación de la promoción de 1870 de la universidad de Harvard. James y Billy son jóvenes, de clase alta, y tienen el mundo a sus pies. Ríen, beben y bailan sabiendo que el mundo les pertenece. De este prólogo, que dura algo menos de veinte minutos, debo destacar su enorme belleza visual (que marca toda la película), la presencia de un actor legendario como Joseph Cotten y, sobre todo, el virtuosismo y la fastuosidad con la que están rodadas las escenas de la fiesta en el claustro universitario, tanto un vals que no desmerece en lo más mínimo al de El Gatopardo, como la pelea por alcanzar el ramo de flores colgado en el árbol. Majestuoso, bello y rebosante de alegría y jovialidad: así es el prólogo de La Puerta del Cielo.
Después de eso, el film da un salto de veinte años y nos lleva al estado de Wyoming. Allí, un desclasado James Averill ocupa el puesto de sheriff del condado de Johnson. Su amigo Billy es miembro de una asociación de ganaderos y terratenientes que controla el territorio e impone su ley. Para ello, no duda en recurrir a pistoleros para que liquiden a los ladrones de ganado, o a quienes se establezcan en las tierras que la Asociación considera suyas. La mayoría de esas personas son inmigrantes recién llegados del este de Europa, que roban ganado para alimentar a sus familias y se establecen allá donde buenamente pueden. Averill, que encuentra en esas gentes la autenticidad, la honestidad y la pureza que nunca halló entre los de su status social, está de su parte; Billy, c0nvertido en un ser pusilánime y alcohólico que ha perdido la brillantez y el ingenio que eran su marca de fábrica, sigue a los de su clase. Nathan Champion, cuya aparición en la película es una joya del cine en sí misma, es uno de los pistoleros de la Asociación, aunque comparte orígenes con las personas a quienes asesina. Es, pues, un traidor a los suyos, como lo es también Averill. Ambos comparten el amor de Ella, la joven madame del burdel más concurrido del condado. La Asociación, saltándose la ley con el apoyo del gobernador del estado de Wyoming, y del propio presidente de los Estados Unidos, hace una lista de 125 personas a las que acusa de robar ganado (o, como a Ella, de aceptar ganado robado en pago por sus servicios), y contrata a cincuenta pistoleros en Texas para que las asesinen. Averill, que tiene acceso a la lista, se la entrega a las víctimas, que deciden quedarse en el lugar y defender sus vidas con las armas. Champion comprende para quién trabaja al saber que Ella será asesinada en nombre de la Asociación, y cambia de bando. Al final, el campo de batalla dirimirá la lucha entre ricos y pobres.
Decía Nietzsche que lo que menos nos perdonan son nuestras virtudes, no nuestros defectos. Quizá a esta película le haya ocurrido algo de eso: podrá decirse que su metraje es excesivo (todo en La Puerta del Cielo lo es; también su belleza), pero lo cierto es que, incluso en las escenas en apariencia intrascendentes Cimino nos está explicando cosas: quizá la escena en el río entre Averill y Ella pueda parecer prescindible… si no se sabe que, en la realidad, ambos fueron asesinados precisamente allí. Tal vez la película, como acabo de insinuar, carezca de rigor histórico (aunque, casualidades de la vida, una de las escenas más masacradas del film, en la que Champion redacta una nota de despedida mientras arde su cabaña de madera, sí ocurrió realmente), pero a estas alturas la diferencia entre ficción y documental tendría que estar clara para todo el mundo. Lo que sí es cierto es que Cimino, como Averill, toma abiertamente partido por las clases bajas, lo que llevó a parte de la crítica a decir que había dirigido el primer western socialista de la historia del cine… justo el año en que Ronald Reagan fue elegido presidente de los Estados Unidos. Cimino, más que enfocar el film como la crónica de una batalla, la ve, y la transmite, como la crónica de un genocidio, y también de una lucha de clases totalmente desigual. A nadie le gusta reconocer que su próspera, libre y democrática sociedad basa su existencia en actos tan o más sanguinarios como el que aquí se explica, y por ello es fácil suponer que el enfoque ideológico-social de la película levantó algunas ampollas. La aparición final de la Caballería constituye una sonora bofetada en el sonrosado rostro de la democracia americana, y la cara de Averill en cuanto se da cuenta de su presencia es la cara de todos nosotros cuando percibimos que el mundo está podrido y no podemos hacer nada para evitarlo.
La película, por cierto, comparte muchas cosas con El Cazador, además de la hipnótica presencia de Christopher Walken; en ambas, por ejemplo, hay un triángulo amoroso, narrado con mucha ternura (véase la escena en la que Champion muestra a Ella la habitación que ha empapelado para complacerla, o el primer encuentro entre Averill y la joven protagonista en el burdel) que la vida convertirá en cenizas; en ambas se transmite un profundo amor por la música (bella y triste, de David Mansfield, quien también aparece en el film como violinista) y el baile; en ambas, a partir de un comienzo alegre y rebosante de vida, la tristeza va in crescendo hasta que al final es absoluta; en ambas, por fin, la construcción visual (basada aquí en el predominio de los tonos ocres) de las escenas hecha por Michael Cimino y Vilmos Zsigmond, ya sea en la filmación de los parajes naturales, de los bailes, de los rostros o del fragor de la batalla, es una absoluta exhibición de talento digna de lo que David Lean y Freddie Young hicieron en un film de excepcional calidad y metraje similar al de Cimino: Lawrence de Arabia.
Dije antes que en el reparto no hay grandes estrellas, pero basta con leerlo de pasada para ver que lo que sí hay en él son grandes actores: Kris Kristofferson posee el carisma y la presencia que exige su personaje, y Christopher Walken es capaz de inspirar ternura y terror en el mismo plano; ambos consiguieron con Cimino las que tal vez sean sus mejores interpretaciones; Isabelle Huppert, entonces casi una desconocida, es una de las mejores actrices que ha dado el cine europeo, y no es extraño que todos se enamoren de Ella; John Hurt, actor de rostro inquietante y gran talento, queda un tanto lastrado por recrear al personaje menos (o peor) perfilado del cuarteto protagonista. La cosa no acaba aquí: también están el siempre brillante Jeff Bridges, un hierático Sam Waterston en un inusual rol perverso, un Brad Dourif más contenido que de costumbre, o un casi debutante Mickey Rourke, quien precisamente obtuvo uno de los mejores papeles de su carrera en la última película importante de Michael Cimino.
Y no gustó, y aún hoy sigue generando controversias y odios tan radicales como el amor que yo le tengo. Es La Puerta del Cielo, tal vez la película más injustamente tratada de la historia del cine, tan bella y tan triste, con ese final que nos dice con amargura que, de todas las cosas que marcan nuestra existencia, la cuna es la mayor; y que nos muestra, a través de los ojos de hielo de James Averill, que para volver a su clase, y a los ojos de aquella joven con la que intercambiaba miradas amorosas y bailaba valses en Harvard, ha tenido que dejarse por el camino todo lo que en su vida valía la pena.
Por ultimo, quisiera pedirle a los Reyes Magos que esta película, sólo editada en DVD en España en su versión recortada, se ponga a la venta en versión íntegra, con subtítulos en español y, a ser posible, incluyendo el documental The making and unmaking of Heaven´s Gate, disponible en inglés en Youtube. La película lo merece.