PHILIP K. DICK. Una mirada a la oscuridad (A Scanner Darkly). Minotauro, 271 páginas.
De un libro de Philip K. Dick se esperan, entre otras cosas, imaginación desbordante y una pesimista visión del futuro. En este sentido, Una mirada a la oscuridad no decepciona, pues ambas características resaltan especialmente en la novela, que no es otra cosa que una recreación futurista de las propias experiencias del autor y de muchas personas que le rodearon (a las cuales se rinde homenaje en el epílogo) con todo tipo de drogas. En cierto modo, se retrata la vida cotidiana de un grupo de drogadictos vista por ellos mismos, lo que enlaza a esta obra con Yonqui, de William S. Burroughs. Como casi siempre en Dick, la trama es de lo más interesante: en un mundo futuro, los policías de narcóticos, camuflados en trajes de combate, pueden ocultar totalmente su identidad mientras están de servicio. Fred es uno de esos policías, al que se le encarga vigilar a un drogadicto y narcotraficante llamado Bob Arctor, adicto a la droga de moda, la Sustancia D. Pero… ¿quién es Fred en la vida real, despojado de su traje de combate?
Una mirada a la oscuridad es una gran novela de ciencia ficción, y también una de las mejores narraciones sobre drogas que he leído. No hay moralina ni apología, sino una escrupulosa descripción del proceso de degeneración del adicto, que realmente se convierte en tres personas: la que era antes de su adicción, aquélla en la que se transforma una vez enganchado, y la que será una vez que el abuso de las drogas haya hecho los inevitables estragos en su cerebro. Al otro lado, la Ley, maquiavélica, corrupta e inmisericorde. Su retrato es también muy característico del autor: un gigantesco aparato represor, sin nombre ni rostro, cuya mano llega a todas partes y para quien los individuos no son más que utensilios desechables.
La droga, cada vez más potente y destructora, se encuentra en todas partes. Muchos individuos se refugian en ella en busca de experiencias intensas y del alivio del hastío y del dolor que no encuentran de otra forma. Y todo ello nos es contado con verosimilitud y coherencia: la trama siempre avanza, hasta llevarnos a un final no por esperado menos desasosegante. El estilo, preciso y sin florituras, enfatizando la historia que se narra y colocando el envoltorio al servicio de ésta, que es ya de por sí bastante rica y eminentemente autobiográfica, aunque nada complaciente. Es obvio que una novela sobre la experiencia psicotrópica contada desde dentro ha de contener su cuota de alucinogenia, pero eso no supone desorientación para el lector: la novela sabe adónde se dirige, y más allá de la descripción de los peajes mentales que se derivan de la adicción, no permite que el destinatario del mensaje se despiste por el camino. Se juega con elementos de complicado andamiaje, pero el edificio resiste, como ocurre con las buenas novelas. Una mirada a la oscuridad lo es, sin duda alguna, al igual que otras obras importantes de un autor al que el tiempo, ademas de hacerle justicia, le está dando la razón.