Anoche volví a dejarme caer por el Jamboree, pues allí ocurría algo que no sucede todos los días, ni siquiera todos los años: la presencia de un trío íntegramente formado por primeras figuras del jazz mundial, por gentes cuya trayectoria musical tira de espaldas. Para ello, sufrí el habitual empacho de guiris por el camino, así como los típicos encuentros con trileros y vendedores de mala cerveza en lata, pero no importaba: sobre el escenario del sótano de la Plaça Reial iban a estar el hombre que tocó la batería en el que posiblemente sea el mejor álbum jamás grabado, uno de los mejores guitarristas de las últimas décadas, y el discípulo más aventajado de los grandes del órgano Hammond como Jack McDuff o Jimmy Smith. O sea, Jimmy Cobb, Larry Coryell y Joey DeFrancesco.
Con extrema puntualidad, el trío salió al escenario, mostró sus credenciales con un primer tema apabullante y, tras meterse al público en el bolsillo desde el inicio, dedicó el resto de su actuación a gustar, y a gustarse. Con el recuerdo de las grabaciones de Jimmy Smith y Wes Montgomery planeando sobre el escenario, visitas al repertorio parkeriano y un Just squeeze me para enmarcar, todos teníamos claro que estábamos en una de esas noches de jazz que los buenos aficionados no olvidan con facilidad. Para empezar, da gusto ver a músicos tan veteranos como Cobb y Coryell tocando a tan alto nivel y demostrando eso de que cuando uno hace lo que le gusta y no sucumbe a los excesos, envejece con vitalidad contagiosa. El batería sigue siendo preciso y contundente con las baquetas; Coryell, capaz de interpretar solos dificilísimos con la misma naturalidad con la que otros fregamos los platos, se vio en parte eclipsado por el virtuosismo y la exhuberancia (lo suyo, de verdad, es digno de reverencia) de Joey DeFrancesco, pero al final nos regaló una versión acústica y en solitario del Bolero de Ravel que se llevó una atronadora y merecida ovación, quizá la mayor de la noche. Después de eso, un bis y, lo nunca visto por un servidor en el Jamboree, un público quieto en sus asientos esperando nuevas canciones (es sabido que las normas de la casa incluyen un único tema extra por pase), sin hacerse a la idea de que la magia había acabado. El muchas veces añorado y siempre bienvenido (en los conciertos de jazz, se entiende) sector hooligan reclamó sin éxito un nuevo bis, y por fin abandoné la sala sabiendo que había asistido a un espectáculo muy raro de ver en la actualidad: tres maestros de primera fila, no en un pabellón o en lugares más finos, sino en su espacio natural, es decir, en un club de jazz. Me temo que, con los hachazos que está recibiendo el mundo de la cultura, en adelante va a ser difícil, no sólo traer a músicos de este nivel a las salas de conciertos, sino la propia supervivencia de las mismas.
Larry Coryell interpreta el Bolero en la Expo de Sevilla de 1992:
4 Generations of Miles: Jimmy Cobb acompañado por Mike Stern, Buster Williams y Sonny Fortune:
Joey DeFrancesco, en trío, interpretando una canción que Sinatra convirtió en un clásico: