DONNIE BRASCO. 1997. 122´. Color.
Dirección: Mike Newell; Guión: Paul Attanasio, basado en la novela de Richard Woodley y Joseph D. Pistone My undercover life in the Mafia; Director de fotografía: Peter Sova; Montaje: Jon Gregory; Música: Patrick Doyle; Diseño de producción: Donald Graham Burt; Dirección artística: Jefferson Sage; Producción: Louis Di Giaimo, Mark Johnson, Barry Levinson y Gail Mutrux, para Mandalay Entertainment (EE.UU.).
Intérpretes: Al Pacino (Benjamin Lefty Ruggiero); Johnny Depp (Joseph D. Pistone/Donnie Brasco); Michael Madsen (Sonny Negro); Bruno Kirby (Nicky); James Russo (Paulie); Anne Heche (Maggie Pistone); Zeljko Ivanek (Tim Curley); Gerry Becker (Agente Dean Blandford); Robert Miano (Sonny Rojo); Brian Tarantina, Rocco Sisto, Gretchen Mol, Paul Giamatti, Tim Blake Nelson.
Sinopsis: El agente del FBI Joe Pistone consigue infiltrarse en una familia mafiosa bajo la identidad de Donnie Brasco, un gángster experto en joyas. Una vez introducido en el mundo del hampa, se convertirá en el protegido de Lefty Ruggiero, un mafioso viejo y cansado que nunca ha llegado a las altas instancias.
Cuando una película se anuncia como basada en hechos reales, la consecuencia más probable es que sea mala. No es, ni de lejos, el caso de Donnie Brasco, en mi opinión uno de los mejores policiales de las dos últimas décadas. En él se narra la doble vida de un agente del FBI infiltrado en la Mafia: por un lado, su llegada al mundo del crimen y su posterior ascenso en la estructura de la Familia; por el otro, los problemas profesionales y conyugales que su arriesgada labor implica. Por encima de esto, Pistone entablará una relación casi paternofilial con Lefty, el gángster que desde el principio le acoge y le protege desde que, en su papel del joyero Donnie Brasco, impide que le salden una deuda de ocho mil dólares con un pedrusco falso. Lefty es ya un hombre viejo, y se considera a sí mismo un fracasado: tiene cáncer de próstata, más deudas que dinero, su hijo es un yonqui, y él jamás ha conseguido escalar a los puestos de mando en la Cosa Nostra. Por ello, ve en el joven Donnie al hombre que, a través de él, llegará a los lugares que a él se le han vedado. Y llega, porque, en su vida de mafioso, Donnie es listo, aplicado, aprende rápido y tiene buenas ideas. Por ello, el jefe de Lefty, Sonny Negro, también tiene grandes planes para el recién llegado. Lo que no sabe ninguno de ellos es que Brasco es en realidad un agente del FBI que vive en tensión constante por el miedo a ser descubierto (es decir, asesinado), que está casado, tiene tres hijas y, lo más importante, que cuando está con ellos graba todo lo que dicen. Por ello provoca una pelea en un resturante japonés por su negativa a descalzarse: es en las botas donde Pistone lleva escondidos los dispositivos de grabación. Una y otra vez, sin embargo, el agente consigue salir del paso y seguir siendo Donnie Brasco, un personaje con el que cada vez se siente más a gusto. En la Familia encuentra una protección y una implicación que supera a la que tiene en el FBI, y llega un momento en el que volver a casa es casi una tortura por los constantes reproches de su mujer, que por su propia seguridad no tiene ninguna información sobre el trabajo que hace su marido. Lefty, un perdedor leal hasta la médula, se convierte en una figura paterna para Donnie, y por ello, el agente Pistone sufre por traicionarle.
La amistad traicionada, seguramente el tema más recurrente en la filmografia de Sam Peckinpah, es también la fuerza que mueve esta película. Lo curioso es que Lefty sigue siendo leal a Donnie hasta el final, mientras el agente Pistone se da cuenta entonces de que ha puesto en riesgo su vida y la de los suyos, y ha tirado por la ventana la amistad más profunda que jamás haya tenido, por apenas nada.
Este thriller policíaco no obtuvo la repercusión que merecía y que, seguramente, habría obtenido de haber sido dirigido por alguien como Martin Scorsese. El inglés Mike Newell, de amplia carrera televisiva y poco relevante filmografía, hace aquí un gran trabajo, apoyado en un muy buen guión (es cierto eso de que a veces la realidad supera a la ficción), en la muy acertada partitura musical de Patrick Doyle, y en un excelente plantel de actores. Decir que Al Pacino está inmenso es ya casi un tópico, pero no siempre los tópicos se equivocan: este gran actor borda ese papel de gángster crepuscular, tan alejado de los jefes mafiosos que le dieron fama, que casi inspira compasión pese a ser un asesino. Johnny Depp, actor mas camaleónico que expresivo, le da una buena réplica, quizá porque su bien conseguida cara de pasmo le viene muy bien a un personaje obligado a no mostrar emociones y a fingir todo el tiempo. Destaco también a Michael Madsen, intérprete lanzado a la fama por Tarantino y que aquí seguramente tiene su papel cinematográfico más relevante más allá de Quentin. Excelentes secundarios (Bruno Kirby, James Russo…), una Anne Heche que, como siempre, resulta bastante repelente (aunque en esta ocasión eso a su personaje tampoco le viene mal), y hasta un Paul Giamatti en una de sus primeras apariciones cinematográficas dignas de mención. Un film a recuperar, francamente bueno desde sus primeros minutos, intenso en casi todos, y amargo al final. Como han de ser las buenas vidas.