Lunes por la noche, mucho frío sobrevenido, la gente pasaba como podía sus horas muertas con la habitual pinta de estar perdiendo al poker y todo parecía lo mismo de siempre. Sin embargo, en medio del no por habitual menos injusto anonimato, uno de los grandes guitarristas del planeta Tierra, Allan Holdsworth, actuó en Barcelona. La pobre venta de entradas motivó el cambio de recinto del concierto, que pasó de la sala Bikini a Razzmatazz 3, lugar bastante cutre en el que vi actuar hace meses a otro guitarrista tan bueno como minusvalorado, Tony MacAlpine. La verdad, si esta ciudad sólo puede ofrecer poco más de cien asistentes y una sala del montón a un músico como Allan Holdsworth es que tal vez sea mucho más paleta y provinciana de lo que nos creemos sus habitantes.
Hechas las presentaciones, pasemos a lo sustantivo. Allan Holdsworth asombró al mundo por su técnica guitarrística (inspirada fundamentalmente en el fraseo de saxofonistas como John Coltrane) en cuanto hizo sus primeras grabaciones y conciertos con la banda del gran batería Tony Williams. Su forma de tocar alucinó a un sinfín de guitarristas, desde Eddie Van Halen a Joe Satriani, pasando por el mismísimo Frank Zappa, que le llamó «el mejor guitarrista del universo». Su carrera en solitario, que alcanzó su cénit comercial en los años ochenta, está llena de altibajos, lo cual es en cierto modo comprensible, pues la música de Holdsworth es compleja y ajena a toda clase de tópicos, clichés o simples guiños al público para hacerla más accesible, y siempre ha arrastrado el sambenito de ser demasiado jazzística para los aficionados al rock, y demasiado rockera para los del jazz. A sus 66 años, Holdsworth, que lleva una década sin sacar material nuevo de estudio, conserva intacta su inigualable pericia guitarrística, al igual que su habilidad para huir de lo fácil y su inquietud por adaptar su sonido a las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías. El virtuoso británico se ha hecho acompañar en esta gira por el bajista Anthony Crawford y el batería Virgil Donati, dos músicos excelentes, pues para tocar la música de Holdsworth no se puede ser menos que eso.
Pues eso, sala cutre, poco más de un centenar de personas como público, y exhibición en toda regla. Si, por una parte, la falta de un teclista puede restar extensión al abanico sonoro de Allan Holdsworth, también es cierto que el formato de trío le permite acometer largas improvisaciones y también presentar una propuesta más rockera en las formas (en parte por la contundencia a las baquetas del gran Virgil Donati) y más jazzística en el fondo de la que nos tiene acostumbrados a los que llevamos décadas siguiendo su carrera. Largos y alambicados solos, tan dignos de admiración como de estudio, por parte de los tres músicos, nos brindaron el recital de virtuosismo que habíamos ido a ver. Sonido contundente (y, pese a las características del local, bastante correcto), y canciones nada fáciles (incluso en las partes más baladísticas Holdsworth se decanta mucho más por lo ambiental que por lo romántico) que se fueron sucediendo durante más de hora y media sin apenas pausas. En ocasiones podía ser incluso insultante la facilidad con que Holdsworth y sus músicos interpretaban temas tan complicados, en los que era igual de difícil encontrar la melodía que no dejarse atrapar por la calidad de su aparentemente inexistente estructura. El guitarrista virtuoso por excelencia, el músico tan autoexigente que llega a incluir en su web un listado de discos en los que ha tocado y preferiría no haberlo hecho, el pionero del synthaxe, sigue en muy buena forma. Y yo contento porque, por fin, pude ver en directo a un artista grande, quizá a una de las más vivas demostraciones de que talento y popularidad son dos cosas muy distintas.
Looking glass, en vivo:
En marzo de este mismo año, tocando uno de sus temás más conocidos: