DAVID ANDRESS. EL TERROR: LOS AÑOS DE LA GUILLOTINA. Edhasa. 703 páginas.
Este extenso y documentadísimo volumen es una obra de referencia para comprender uno de los períodos más apasionantes y convulsos de la Historia moderna, el que se vivió en Francia a finales del siglo XVIII. Andress se centra en los años del Terror, en los que la justicia revolucionaria llegó a su máxima expresión y la guillotina era el sistema más utilizado para eliminar a los adversarios políticos. Sin embargo, el historiador británico no escatima tiempo ni documentos para explicarnos cómo y por qué se llegó al Terror: las tremendas desigualdades de una sociedad extremadamente clasista en la que la nobleza y el clero copaban las áreas de poder y el dominio sobre las fuentes de riqueza; los tímidos intentos de reformas económicas (Necker) que toparon con la resistencia de los privilegiados a ceder parte de sus prebendas, los primeros levantamientos populares, reprimidos con la brutalidad característica y, en definitiva, la absoluta ceguera con que las clases dominantes respondieron a las crecientes demandas de igualdad y justicia social. Lo demás (la toma de la Bastilla, el juramento del juego de la pelota) es Historia, y David Andress nos la explica de un modo ameno y bastante coherente, pese a lo caótico de la etapa y a lo fácil que resulta perderse entre tantos datos, nombres y fechas de una era en la que los acontecimientos políticos se sucedieron a un ritmo vertiginoso.
El Terror como tal se inicia en septiembre de 1793, si bien en los meses y años anteriores ya tuvieron lugar numerosas ejecuciones (empezando por la del propio Rey, Luis XVI, o las Matanzas de Septiembre de 1792) en pos, primero, de eliminar a los enemigos de la Revolución y, con posterioridad, de depurar a quienes no eran lo suficientemente radicales a la hora de defenderla, empezando por los girondinos, y a los que lo eran demasiado, como los enragés. Lo que empezó siendo una Revolución popular bañada en los más altos ideales (muchos de ellos inspirados en la filosofía de ese pensador brillante y ser humano desalmado que fue Rousseau) terminó degenerando en una sangrienta carnicería en la que los juicios eran una farsa y quienes un día mandaban a docenas de personas al cadalso corrían la misma suerte al poco tiempo. Buen ejemplo de ello es lo que le sucedió a Maximilien Robespierre, el Incorruptible, máximo estandarte del período del Terror, martillo implacable de contrarrevolucionarios y finalmente guillotinado, junto a sus más fieles partidarios (como el joven Saint-Just, quien en plena vorágine terrorista dijo: «Aún no es momento de hacer el bien»), apenas un año después de la toma del poder de los jacobinos al asumir el liderazgo en la Convención Nacional y la dirección del Comité de Salvación Pública. Mucho se habla de Robespierre y de Saint Just en este libro, pues no en vano se trata de las dos figuras que mejor representaron lo que sucedió en aquel período; también de Marat y de Danton, seguramente los revolucionarios más célebres. Pero Andress no se queda ahí, y concede el protagonismo (tanto en el libro propiamente dicho como en el extenso glosario que lo finaliza) que realmente tuvieron a figuras como Fouquier-Tinville (fiscal jefe del Tribunal Revolucionario), Billaud-Varennes, Collot d´Herbois, Fouché, Tallien, Hébert, Barère, Barras o el pintor Jacques-Louis David. Algunos de ellos perecieron con la Revolución, pues tras la reacción termidoriana la situación política dio un notable giro hacia la derecha que culminó con la instauración del Directorio y, más tarde, con el Imperio napoleónico (de los primeros éxitos militares del joven Bonaparte también se hace eco Andress en las páginas de este libro tan interesante como inabarcable); otros supieron salvar el pellejo y seguir moviéndose en las alturas pese a los continuos cambios de viento político. De este período tan convulso como apasionante surgieron la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, el sistema métrico decimal y, junto a la Revolución americana, la historia política contemporánea. Se calcula que, si sumamos los muertos por ajusticiamientos, los caídos en acciones de guerra (ya sea en la represión de la contrarevolución o en la de los movimientos federalistas) y las víctimas de epidemias y demás trágicas consecuencias del perpetuo conflicto civil (contra los monárquicos, contra los nobles, contra el clero, contra quienes acumulaban riquezas y, desde luego, entre las propias facciones revolucionarias), más de doscientas mil personas perdieron la vida en aquellos pocos años en los que Francia pasó de ser una pomposa monarquía con pies de barro e indignantes desigualdades sociales, a convertirse en el escenario de una continua carnicería en y desde todos los frentes. De la Revolución surgió también un poderoso ejército que, puesto años más tarde a las órdenes del talento inigualable de Napoleón, convirtió a Francia en la primera potencia europea (que entonces quería decir mundial) y asombró a todos con sus victorias.
Como ya he dicho, David Andress ha escrito un libro tan denso como imprescindible para entender un período de la historia cuya comprensión es del todo necesaria si se quieren emitir juicios razonables sobre el devenir de Occidente en los dos últimos siglos y valorar con mayor conocimiento de causa por qué surgen las revoluciones, a qué y a quiénes deben enfrentarse, en qué corren el riesgo de convertirse… y cómo terminan.