Píldora para iniciar diciembre. Indicada para aquellos que, como Camilo José Cela, creen que la humanidad se divide en dos grupos perfectamente diferenciables: amigos e hijos de puta.
LA GUERRA
Abres los ojos y empieza la guerra. Contra el despertador que no se estropea, contra tu cara de sueño, contra el dentífrico que te hace toser, contra el café siempre hirviendo y contra la luz que quizá olvidaste apagar.
Sales a la calle y continúa la guerra. Contra el reloj, que siempre corre más deprisa que tú, contra la tarjeta de metro que se resiste a marcar, contra la gente que en el vagón te pisa y te empuja, contra los que salen a la calle sin haberse limpiado el culo con la suficiente dedicación y contra los que te obligan a escuchar conversaciones que no te interesan.
Llegas a la oficina y allí comienza la guerra de verdad. Contra los papeles que se amontonan en tu mesa, contra la jefa que te mira y te perdona la vida, contra el perchero donde ya no hay hueco para tu chaqueta, contra el ordenador que no arranca, contra Sabrina, que no se deja follar, contra Inma, que quiere dejarse follar y a cambio comerte el alma, contra ese bocadillo del desayuno que siempre se te repite, contra el puto Kenny G que acapara el hilo musical y contra toda esa gente que espera que la cagues para irse más feliz a casa.
La hora de comer es un pequeño armisticio. Pero no te confíes, la paz no es el estado natural del ser humano y siempre dura poco.
Por la tarde continúa la guerra. Contra la acidez de estómago, contra tus ojos que a veces amenazan con cerrarse, contra las horas que te faltan para salir a la calle, contra quienes creen que el trabajo es importante o actúan como si lo fuera y contra las cosas buenas que te podrían haber ocurrido mientras corrías a la caza de tu nómina mensual.
Dejas la oficina y empieza otra guerra. Contra el aburrimiento, contra tus ganas de no hacer nada, contra los que hacen cara de estar ganando la guerra, contra la tentación de rendirte, contra toda esa gente a la que no importas, contra los jóvenes que te recuerdan que ya nunca volverás a ser uno de ellos y contra el deseo de estar en cualquier otra parte.
Regresas a casa sabiendo que aún no ha acabado la guerra. Contra tu cena precocinada e insípida, contra las camisas por planchar, contra el grifo que gotea y la puerta que no cierra, contra los que no te telefonean para saber si sigues vivo, contra tu alegría por los éxitos o los fracasos de otros, contra las cervezas calientes y los yogures caducados, contra el Apocalipsis que se resiste a llegar y contra la idea de que mañana, cuando despiertes, volverás a estar en guerra.
Buenas de nuevo, don Alfredo,
Relato poético terriblemente triste. Y lo más triste es que no es mentira.
Saludos y ánimos…llegará la tregua (esperemos no haber muerto para entonces).
Tal vez el destino de algunos sea vivir en una guerra perpetua…