THE DIRTY DOZEN. 1967. 147´. Color.
Dirección: Robert Aldrich; Guión: Nunnally Johnson y Lukas Heller, basado en la novela de E.M. Nathanson; Dirección de fotografía: Edward Scaife; Montaje: Michael Luciano; Música: Frank DeVol; Dirección artística: W.E. Hutchinson; Producción: Kenneth Hyman, para Metro-Godwyn-Mayer (EE.UU.).
Intérpretes: Lee Marvin (Comandante Reisman); Ernest Borgnine (General Worden); Charles Bronson (Joseph Wladislaw); Jim Brown (Jefferson); John Cassavetes (Victor Franko); Richard Jaeckel (Sargento Bowren); George Kennedy (Mayor Ambruster); Trini López (Jiménez); Ralph Meeker (Capitán Kinder); Robert Ryan (Coronel Breed); Telly Savalas (Maggott); Donald Sutherland (Pinkley), Clint Walker (Posey); Robert Webber (General Denton); Tom Busby (Vladek); Ben Carruthers (Gilpin); Stuart Cooper, Colin Maitland, Al Mancini.
Sinopsis: Reisman, un oficial duro e indisplinado, es obligado por el Estado Mayor a reclutar y adiestrar a doce hombres, todos ellos prisioneros del ejército acusados de delitos graves, para llevar a cabo una misión suicida tras las líneas enemigas.
La pelicula más recordada que dirigió Robert Aldrich es, a la vez, una de las cumbres del cine bélico. Acción a raudales, mucho humor, reparto multiestelar y grandes dosis de testosterona dieron lugar a una película de referencia para todos los amantes del buen cine. Quienes han leído la novela de Nathanson en la que se basa el guión dicen que es mala. Su versión cinematográfica es, sin embargo, magistral. Uno de los principales encantos del film, y casi su leitmotiv, el nulo respeto hacia quienes ejercen la autoridad, es una de las grandes constantes en la filmografía de Aldrich. que consigue desde el primer momento que el público simpatice con Reisman, un oficial de quien se discute la actitud, pero no la competencia, y más tarde con ese puñado de asesinos, violadores y demás desechos sociales que, una vez debidamente entrenados, llevarán a cabo una misión suicida que les dará la oportunidad de redimirse ante sí mismos y ante los demás. No lo harán por patriotismo, sino porque su otra opción es la horca. En este punto, la película es subversiva. No es el único: resulta llamativo que una banda de criminales se redima ante el mundo cometiendo delitos mucho peores que aquellos por los que iban a ser ejecutados o a pudrirse en la cárcel. Pero claro, pertenecen a una sociedad esencialmente estúpida que premia los crímenes cometidos en nombre de la patria…
Además de lo dicho, Doce del patíbulo tiene toda la espectacularidad esperable en una gran producción hollywoodiense, lo que la convierte en uno de esos films tan interesantes para el público cinéfilo como para el palomitero. Se trata, una vez más, de un filme masculino hasta la médula, de tipos duros, en el que las mujeres sólo aparecen como compañía sexual o para demostrar por qué Maggott, el fanático religioso, merece morir. El humor, normalmente nada sutil, está muy presente en las dos primeras partes del film, las de la selección e instrucción: la evaluación psicológica de los condenados, o las maniobras militares, contienen momentos de carcajada pura, contribuyendo a restarle trascendencia a una película que no la busca para nada. Aldrich, un director virtuoso y gran conocedor de su oficio, potencia la virilidad y el espectáculo con una puesta en escena excelente, en la que pone de manifiesto su capacidad para manejar una producción llena de dificultades técnicas y logísticas y para hacer que los centenares de personas que trabajaron en la película llevaran a cabo su tarea con precisión. Los proyectos posteriores de Aldrich, algunos de enorme calidad, jamás volvieron a gozar del éxito de Doce del patíbulo, pero aquí este director, que tanto sabía moverse en superproducciones como en pequeñas películas granguiñolescas, consiguió que crítica y público aplaudieran al unísono esta película que, si no es perfecta, poco le falta.
En toda la historia del cine, resulta difícil encontrar un reparto tan potente como el de esta película, pues aquí se reúne toda una legión de duros de la pantalla. Algunos de ellos, como Ernest Borgnine, Robert Ryan, John Cassavetes o Donald Sutherland son además grandes actores. Otros, como Charles Bronson o Telly Savalas, jamás estuvieron mejor en la gran pantalla. Todos, el pelotón de criminales y los altos mandos, derrochan credibilidad y buen hacer, pero quien se lleva la palma es Lee Marvin, grandísimo actor de rostro pétreo, mirada tan profunda como su voz e intensidad fuera de serie. Su Reisman ha pasado por derecho propio a convertirse en un personaje icónico, en uno de los militares más distinguidos y memorables del celuloide. Pongan a un gran actor en estado de gracia y ofrezcánle un papel hecho a su medida: eso es Lee Marvin en Doce del patíbulo, un film que no ha envejecido ni un ápice, que está entre los mejores que jamás se han hecho sobre la Segunda Guerra Mundial y que se ve con deleite desde el primer (con ese inicio en movimiento y esos créditos intercalados en la acción tan típicos de Aldrich) al último minuto de metraje (la última frase que pronuncia Wladislaw es antológica). Una joya del cine, con acción trepidante (a veces con ese punto de inverosimiltud que, lejos de resultar un handicap, acaba convirtiendo la película en leyenda), un reparto de lujo, una dirección brillante y mucho humor. En definitiva, un clásico intemporal.