THE BRAVADOS. 1958. 96´. Color.
Dirección: Henry King; Guión: Philip Yordan, basado en la novela de Frank O´Rourke; Dirección de fotografía: Leon Shamroy.; Montaje: William Mace; Música: Lionel Newman; Dirección artística: Mark-Lee Kirk y Lyle Wheeler; Decorados: Chester Bayhi y Walter M. Scott; Producción: Herbert B. Swope, para 2oth Century Fox (EE.UU.).
Intérpretes: Gregory Peck (Jim Douglass); Joan Collins (Josefa); Stephen Boyd (Zachary); Albert Salmi (Ed Taylor); Henry Silva (Luján); Lee Van Cleef (Parral); Kathleen Gallant (Emma Steinmetz); Barry Coe (Tom); George Boskovec, Herbert Rudley, Andrew Duggan, Ken Scott, Gene Evans, Niños Cantores de Morelia.
Sinopsis: Jim Douglass llega al pueblo de Río Arriba para ver cómo ahorcan a los cuatro hombres que violaron y asesinaron a su esposa. Sin embargo, los prisioneros logran escapar de la cárcel y Douglass se lanza en su persecucion.
A Gregory Peck, una de las estrellas más populares del cine, siempre le gustó abordar papeles complejos que aportaran matices a su carrera y le dieran ocasión de demostrar su valía como actor más allá de su típico personaje de hombre íntegro y cabal. En esta ocasión, y a las órdenes de uno de sus directores-fetiche, Henry King, Peck interpretó a un hombre movido únicamente por sus deseos de venganza en este western rotundo y brioso que acaba siendo una de las mejores películas de un director tan prolífico y eficiente como poco brillante.
La historia aporta una interesante vuelta de tuerca, que se desvela en el tercio final del filme, sobre un tema típico del cine americano, el del justiciero solitario que busca vengarse de quienes le agredieron. En este caso, parece que la ira del protagonista quedará aplacada sin que sea necesaria su intervención, pues los cuatro bandidos a quienes Douglass persigue se encuentran en la cárcel, y la horca les espera en pocas horas. No obstante, los presidiarios consiguen escapar, llevándose a una joven del pueblo como rehén, iniciándose entonces la persecucion (o cacería, si se quiere) comandada por Douglass. No es él quien desvela a los habitantes de Río Arriba cuáles son sus motivos para desear la muerte de los bandidos, pero hay una persona en el pueblo, el padre Duggan, que los conoce. Sea como fuere, Douglass irá capturando, uno a uno y de forma implacable, a los hombres a quienes persigue. El final de la caza no será, sin embargo, tan liberador como cree el protagonista, sino más bien al contrario.
Estamos ante un western bien dirigido, excelente en lo visual (el trabajo en la fotografía de Leon Shamroy es aquí mejor que en Las nieves del Kiilimanjaro), acertado en lo musical y rico en lo narrativo, terreno en el que se hace especial énfasis en dos temas ligados, la venganza y la culpa, si bien uno no compra la pomada piadosa con la que se aborda esta última cuestión en las escenas finales de la película, aún aceptando que se plasma acertadamente en pantalla lo muy caprichosa que puede llegar a ser la elección de sus héroes que hacen los pueblos. Aún así, la película entretiene, como ha de hacer todo buen western, y no se queda sólo ahí. No es una obra maestra, pero tiene momentos de gran brillantez y un ritmo que nunca decae. En cuanto a sus fallos, ya he mencionado que discrepo de la forma en que se resuelve el tema de la culpa al final de la película, y a eso he de añadir que, como suele pasar en infinidad de westerns clásicos, el papel de la protagonista femenina es meramente ornamental y no aporta absolutamente nada al film. El otro defecto a destacar del film son sus actores principales: una vez más, Peck lo intenta, y se le agradece el esfuerzo por buscar papeles que le desencasillen, pero no consigue sacar todo el jugo a un personaje que exige a un intérprete más duro, y a la vez más expresivo, como por ejemplo Richard Widmark. De Joan Collins poco bueno se puede decir, hace de florero, y no demasiado bien. En cambio, los actores que interpretan a los cuatro forajidos son excelentes, sin duda lo mejor del film a nivel interpretativo. Dos duros de lujo, a quienes siempre he seguido con interés, como Henry Silva y Lee Van Cleef, un inquietante Stephen Boyd a punto de llegar al personaje que marcaria su trayectoria cinematográfica, y un Albert Salmi ya destacable en el que fue el tercer largometraje de su carrera. Ellos le aportan a la película un valor añadido que, unido a su inteligente planteamiento del tema de la venganza, convierten el visionado de este western en una experiencia sumamente recomendable.