THE GRISSOM GANG. 1971. 128´. Color.
Dirección: Robert Aldrich; Guión: Leon Griffiths, basado en la novela de James Hadley Chase No orchids for Miss Blandish; Dirección de fotografía: Joseph Biroc; Montaje: Michael Luciano; Música: Gerald Fried; Decorados: John Brown; Dirección artística: James Dowell Vance; Producción: Robert Aldrich, para The Associates & Aldrich Company-ABC Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Kim Darby (Barbara Blandish); Scott Wilson (Slim Grissom); Tony Musante (Eddie Hagan); Robert Lansing (Fenner); Connie Stevens (Anna Borg); Irene Dailey (Ma Grissom); Wesley Addy (Mr. Blandish); Joey Faye (Woppy); Ralph Waite (Mace); Don Keefer (Doc Grissom); Michael Baseleon, Hal Baylor, Matt Clark, Alvin Hammer, Dotts Johnson, Mort Marshall.
Sinopsis: En plena Gran Depresión, una banda de delincuentes aficionados secuestra a una joven y rica heredera, Barbara Blandish. Los Grissom, una banda de mucha mayor enjundia dirigida por la matriarca, descubren su paradero y deciden apoderarse de la joven y pedir un rescate por ella.
El éxito de Bonnie and Clyde, película de cuya estética La banda de los Grissom es bastante deudora, hizo que Hollywood girara la vista hacia esa época de pobreza y gangsterismo que fue la Gran Depresión. Con prácticamente el mismo equipo técnico que en Comando en el mar de China, un Robert Aldrich que seguía haciendo muy buenas películas pero había empezado a perder el favor de crítica y taquilla se embarcó en un proyecto que tiene también muchos puntos en común con Mamá sangrienta, película dirigida por Roger Corman en 1970, aunque hay que decir que el film de Aldrich es de una calidad bastante superior al dirigido por el rey de la serie B.
La película se basa en el primer gran éxito literario del escritor inglés James Hadley Chase, que a su vez se inspiró para escribirla en las hazañas de Ma Barker, líder de una peligrosa banda criminal formada por sus propios hijos. Los Grissom descubren por pura casualidad que otra banda de la zona, integrada por unos tipos que a su lado son meros aficionados, ha secuestrado a la joven heredera de los Blandish, una de las familias más ricas del Estado. A la banda protagonista no le resulta muy complicado deshacerse de los raptores y ser ellos mismos quienes retengan a la joven millonaria y exijan un rescate a su familia a cambio de liberarla con vida. No obstante, Ma Grissom tiene otros planes: aunque cobren el rescate, su clan asesinará igualmente a Barbara Blandish y canjeará el dinero por una cantidad inferior pero totalmente legal, para así poder evitar ser relacionados con el secuestro. Sin embargo, surge un problema: Slim, uno de los hijos, que por más señas es medio retrasado, se enamora perdidamente de la rehén e intenta evitar a toda costa que la asesinen. Mientras la policía no consigue detener a los Grissom pese a haberse pagado el rescate, el detective Fenner, que investiga el asunto por encargo del patriarca de los Blandish, va atando cabos gracias a seguir la pista de una cantante y bailarina, Anna Borg, que era la amante de uno de los secuestradores originales. La historia era ideal para Aldrich, un cineasta excelente para la acción y con una gran capacidad para dar entidad a sus personajes, para hacer películas de acción y tiros que son mucho más que eso.
Aldrich nunca aburre. Aquí aprovecha una buena historia hasta el límite, abordando infinidad de temas: la pobreza, las diferencias de clase, las bandas de delincuentes de los años 30 y sus conexiones con el mundo del espectáculo, el opresivo ambiente de aquella época, en especial para los jóvenes, y el síndrome de Estocolmo. Y todo ello lo muestra con el pulso firme que le caracteriza, con enorme brío, mucho ritmo y una acertada recreación de la época en que se sitúa la historia. A Aldrich le interesa la acción, y muestra de manera muy gráfica (la permisividad en este aspecto había aumentado, en parte gracias a cineastas como él) la violencia y sus efectos, pero nunca deja de lado el retrato de sus personajes: esa rica heredera que se ve sumida en una pesadilla, esa madre psicópata nacida para el crimen, ese detective tan arquetípico del cine negro clásico, ese joven que juega a ser un gángster con estilo y, sobre todo, ese muchacho de inteligencia inferior a la media y de sentimientos tan primarios y, por eso mismo, tan puros. Su equipo técnico habitual le ofrece la solvente respuesta de siempre, y Aldrich hace bien lo que supo hacer siempre, y demuestra también que su capacidad para crear personajes potentes no se limita únicamente a los masculinos, pues en esta película hay tres mujeres de enorme peso en la historia: la secuestrada, que pasa de ser una niña pija a una mujer consciente de la maldad del mundo (no sólo de la de sus captores); la madre, que es algo así como un James Cagney con falda, y esa cantante-corista-bailarina de pocas luces y especial querencia por acostarse con delincientes. Ellas, junto al personaje de Slim y al detective Jenner, marcan el paso de una película que, una vez más, ofrece un retrato nada complaciente de la sociedad norteamericana, violenta y gobernada por la codicia. Tal vez ni un solo personaje de la película sea retratado de manera amable (lo que, por cierto, la moderniza bastante), aunque quien merece la mirada más despiadada de Aldrich es, sin duda, Mr. Blandish. Una muestra más de la actitud de este director frente a quienes ostentan el poder y ejercen la autoridad.
Técnicamente impecable, a la película le pesó, a nivel comercial, no tener un reparto de relumbrón, pero el que tiene es muy bueno: Kim Darby, que ya apuntó maneras en Valor de ley, demuestra que su talento merecía algo más que el éxito fugaz que finalmente tuvo, y lo mismo puede decirse de un Scott Wilson cuya carrera tampoco ha sido la que podía esperarse tras sus fulgurantes comienzos. Ambos realizan un trabajo excelente, aunque quiza la interpretación más memorable del film sea la de Irene Dailey, la matriarca de clan, cuya elección para el papel fue todo un acierto de Aldrich. El resto del elenco, formado por intérpretes poco o nada conocidos, también está a buena altura, destacando lo tentadora que resulta Connie Stevens interpretando I surrender dear. Ninguno de ellos estuvo jamás mejor que en esta película, otra de Aldrich a reivindicar, pues es una de las más conseguidas obras de esa intensa revisita que el Hollywood de los 60 y 70 hizo de la época de entreguerras. Una pequeña joya a recuperar de un director que atesora unas cuantas.