TRUE GRIT. 1969. 125´. Color.
Dirección: Henry Hathaway; Guión: Marguerite Roberts, basado en la novela de Charles Portis; Dirección de fotografía: Lucien Ballard; Montaje: Warren Low; Música: Elmer Bernstein; Decorados: John Burton y Ray Moyer; Diseño de producción: Walter Tyler; Vestuario: Dorothy Jeakins; Producción: Hal B. Wallis, para Paramount Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: John Wayne (Rooster Cogburn); Kim Darby (Mattie Ross); Glen Campbell (LaBoeuf); Jeremy Slate (Emmett Quincy); Robert Duvall (Ned Pepper); Dennis Hopper (Moon); Jeff Corey (Tom Chaney); Strother Martin (Stonehill); Alfred Ryder (Goudy); Ron Soble, John Fiedler, James Westerfield, John Doucette, Donald Woods, Carlos Rivas, H. W. Gim.
Sinopsis: Frank Ross muere asesinado. Su hija adolescente, Mattie, se ha propuesto capturar a Tom Chaney, el autor del crimen. Para ello va a la ciudad e intenta conseguir los servicios de Rooster Cogburn, un veterano cazarrecompensas, despiadado y amante del whisky, que tiene reputación de ser el más valiente y eficaz atrapando bandidos.
Cuatro años después de Los cuatro hijos de Katie Elder, buena parte del equipo técnico y artístico de aquella pelicula se reunió para llevar a cabo la adaptacion cinematográfica de la novela de Charles Marquis True grit. El resultado fue un western clásico con elementos algo atípicos (para empezar, el protagonismo de una adolescente peinada a lo garçon) que fue la última película importante que dirigió Henry Hathaway y le dio a John Wayne su único Oscar. La trama es sencilla: un cazarrecompensas, un ranger de Texas y una joven buscan a través del Oeste al asesino del padre de ésta. Lo interesante es la gracia con la que todo está contado, la mezcla entre la búsqueda de la venganza y los momentos humorísticos, la presencia de algunos notables secundarios y la magnífica fotografía de una película luminosa, que aúna acción, afán de justicia y humor y que, sobre todo, nos muestra a un personaje fantástico, Rooster Cogburn, en el que se mezclan lo heroico y lo patético con tal perfección que pocas veces John Wayne ha desprendido tanta humanidad desde una pantalla de cine. Cogburn es un tipo solitario, desarraigado y muy amigo del alcohol que sólo sabe hacer una cosa en la vida, cazar bandidos que huyen de la justicia, pero la hace mejor que nadie. Dejando esto a un lado, es más un viejo vagabundo que un héroe, un borracho pendenciero más que un ejemplo para la juventud. Y, sin embargo, tiene los santos cojones de enfrentarse a cuatro bandidos con una pistola en una mano y un rifle en la otra, mientras sostiene las riendas de su caballo con la boca (momentazo, sí señor). La película regala, y a la vez se nutre de, este carismático personaje, alrededor del cual gira toda la trama, incluso las escenas en las que no aparece.
Henry Hathaway vuelve a darnos una lección de pericia a la hora de contar una historia de una manera cautivadora para el público. Sin aspavientos, pero explotando al máximo tanto las posibilidades del libreto como las del paisaje, el veterano director consiguió una de sus películas más perfectas, que al tiempo significó su canto de cisne. Una vez más, la presencia de Lucien Ballard y Elmer Bernstein en la fotografía y la música contribuyen a darle a la película esa aura de clásico que sin duda merece. Sus más de dos horas de metraje transcurren en un santiamén, y nunca dejan de suceder cosas interesantes. Al principio, la escena del asesinato de Frank Ross, una de las pocas nocturnas del filme; más tarde, las que muestran el ahorcamiento en la plaza pública, que nos sirven para captar las reacciones de los asistentes, y en especial la de Mattie; a continuación, la escena del juicio, en la que aparece Rooster Cogburn enfrentado al picapleitos de turno; a partir de ahí, la película se centra en Cogburn y Mattie, que marchan a la caza del asesino de Ross, acompañados por el ranger LaBeouf, cuya presencia, además de para darle verosimilitud a la persecución de una banda de peligrosos bandidos, sirve para dar rienda suelta al peculiar sentido del humor de Cogburn, y de paso para ayudar a darle al film ese tono desenfadado que tiene. El desenlace, aunque previsible, es convincente, como toda la película, cuya calidad está mucho más en el cómo que en el qué se cuenta.
De John Wayne ya he dicho unas cuantas cosas. Merecidísimo Oscar, por su papel y por su carrera. A su lado, una Kim Darby que ya poseía bastante experiencia en la televisión y que le da una réplica de mayor enjundia a la habitual entre los niños y adolescentes de las películas enfrentados a estrellas veteranas. Glen Campbell era más bien flojo como actor, e hizo bien en centrarse en la música. Entre los secundarios encontramos a uno de los mejores actores de las últimas décadas, Robert Duvall, en uno de sus primeros papeles relevantes, a un Dennis Hopper que repite su rol de tipo conflictivo tocado por la desgracia, y a un secundario eficaz y omnipresente en los westerns como Strother Martin. Todos ellos forman un elenco sólido y variopinto que es uno de los puntos fuertes de un film que, más de treinta años después de su estreno, fue objeto de un remake realizado por los hermanos Coen, brillante aun sin aportar demasiadas cosas respecto al original, que aún hoy se mantiene como un western importante, una verdadera fiesta para los amantes del género y una garantía del entretenimiento de calidad que en tiempos Hollywood ofrecía al mundo en grandes dosis.