TWILIGHT´S LAST GLEAMING. 1977. 146´. Color.
Dirección: Robert Aldrich; Guión: Ronald M. Cohen y Edward Huebsch, basado en la novela de Walter Wager Viper three; Dirección de fotografía: Robert Hauser; Montaje: Michael Luciano, William Martin y Mary Winetrobe; Música: Jerry Goldsmith; Dirección artística: Werner Achmann; Diseño de producción: Rolf Zehetbauer; Producción: Merv Adelson, para Lorimar Productions-Geria Productions (EE.UU.-República Federal de Alemania).
Intérpretes: Burt Lancaster (General Lawrence Dell); Richard Widmark (General MacKenzie); Charles Durning (David Stevens, Presidente de EE.UU.); Roscoe Lee Browne (James Forrest); Joseph Cotten (Arthur Renfrew, Secretario de Estado); Melvyn Douglas (Zachariah Guthrie); Richard Jaeckel (Capitán Towne); Gerald S. O´Loughlin (General O´Rourke); William Marshall (William Klinger, Fiscal General); Paul Winfield (Willis Powell); Burt Young (Augie); Charles MacGraw, Leif Erickson, Morgan Paul.
Sinopsis: Un ex-general del Ejército de EE.UU. consigue, junto a tres convictos, hacerse con el control de una base de misiles que apuntan hacia la Unión Soviética. Amenaza con lanzarlos y provocar la Tercera Guerra Mundial si no se aceptan sus tres condiciones: diez millones de dólares, inmunidad para él y sus hombres, y que el presidente norteamericano lea públicamente un memorándum secreto en el que se explican los verdaderos motivos de la intervención estadounidense en Vietnam.
He aquí un ejemplo de película destrozada por motivos políticos desde su misma gestación. El film necesitaba rodarse en instalaciones militares pero, una vez leído el guión, el ejército estadounidense se negó en rotundo a facilitar la filmación, y ésta hubo de realizarse en Alemania Occidental. El hecho de que ninguna productora norteamericana importante se decidiera a participar en el proyecto derivó en acusados problemas financieros, que desgraciadamente lastran el resultado final de una película que, argumentalmente, nos ofrece una de las historias políticas más valientes y poderosas que ha dado el cine norteamericano, en la línea de películas como Siete días de mayo o El mensajero del miedo. El final del rodaje no fue ni de lejos el final de los problemas del film: su metraje fue acortado de forma notable para intentar facilitar una carrera comercial que fue casi inexistente. En España, el recorte se fue a la friolera de 50 minutos (lo que, por supuesto, convirtió la película en otra distinta, y peor) y, hasta fechas muy recientes, era casi imposible ver la versión íntegra. Aún hoy, para poder verla hay que echarle ganas.
La historia de un general renegado que se hace con el control de una base de misiles con la intención de lanzarlos a la Unión Soviética y provocar con ello una guerra nuclear ya fue llevada a la pantalla, desde una óptica abiertamente satírica, por Stanley Kubrick en la magistral Teléfono Rojo. Aquí no hay sátira alguna: el general Dell es mucho más un idealista que un demente, que con su acción busca que se conozca la verdad sobre la guerra de Vietnam, y consigue poner a sus pies a los poderes fácticos de la primera potencia mundial. Desde luego, éstos harán todo lo posible para acabar con la amenaza que Dell representa para los mandamases de Washington.
Pese a contar con unos medios que sólo cabe calificar de espartanos, y a que en la película hay mucha más alta política que acción, la historia engancha, está narrada con brillantez (y abundante uso de un recurso tan setentero como la pantalla partida) y sus escenas finales son magníficas. Es una verdadera lástima que las estrecheces presupuestarias resten presencia a esta película importante y tan necesaria como inmerecidamente maldita, de cuyo acabado técnico sólo podemos destacar los esfuerzos de Aldrich para superar las limitaciones y trascender el formato cuasitelefílmico al que se vio condenado, así como la banda sonora compuesta por Jerry Goldsmith.
En el apartado interpretativo, lo mejor es sin duda el duelo entre dos veteranos ilustres, entre dos actores purasangre como son Burt Lancaster y Richard Widmark, capaces de transmitir más dureza y expresividad con un teléfono en la mano que muchos otros con un rifle o llorando a moco tendido. Además, en el reparto encontramos a otras legendarias estrellas de la pantalla como Joseph Cotten o Melvyn Douglas, en papeles más breves pero muy relevantes. Junto a ellos, Charles Durning resulta creíble en el rol de un presidente lleno de buenas intenciones, que duda, que escucha y que está rodeado de cinismo por todas partes, y tanto Roscoe Lee Browne como Burt Young están más que correctos interpretando a dos de los convictos que acompañan a Dell en su desafío al orden mundial. Buenos actores muy bien dirigidos, como siempre en Aldrich.
Hay que verla. Por su director, por la historia que se nos cuenta, por su reparto y por su música. Ah, y porque es de esas películas que no quieren que veamos.