Nueva píldora. Tómese mezclada con agua y una cápsula de valeriana. Para cosas más fuertes acuda a su médico.
ELOGIO DE LAS BENZODIAZEPINAS
Cuando me pongo a pensar/que me tengo que morir/yo tiro una manta al suelo y/me harto de dormir.
PACO DE LUCÍA, Playa del Carmen
Después de salir de la farmacia, David Torres era un hombre feliz, a pesar del insomnio, la alopecia, un síndrome de Peter Pan del tamaño de Godzilla, la hipoteca y algún gatillazo que otro. En el prospecto de las cápsulas que acababa de recetarle el médico se decía que el remedio en cuestión “está indicado en todas las manifestaciones ansiosas que puedan presentarse en la psicopatología cotidiana y cuya intensidad no alcance una dimensión psiquiátrica”, lo que quería decir que, a diferencia de la gran mayoría de sus semejantes, aún no estaba para que lo encerraran. También quería decir que todavía no había tocado fondo, pero eso no podía provocar demasiada inquietud en alguien que creía en la ley de Murphy mucho más que en ninguna otra. Como el médico ya le había dicho que no debía mezclar el alcohol con las cápsulas, decidió tomarse su última Guinness antes de iniciar el tratamiento y dejar la lectura para más adelante.
Al llegar a casa, su novia le recibió algo más cariñosa de lo habitual, lo que pronto se tradujo en parrafadas de cinco minutos por cada monosílabo que él soltaba y en un par de intentos de arrumaco que David rechazó con suavidad porque nunca le gustó el contacto femenino por compasión. Seguramente, si hubiera dicho que estaba decidido a largarse de casa sería ella quien tendría que tomarse las cápsulas, pero tampoco había que precipitar los acontecimientos, al menos hasta la próxima vez que le llamara “amargado”, “fracasado” o cosas por el estilo.
Cenó una tortilla francesa sin levantar la vista del plato y volvió a la lectura del prospecto mientras su novia veía Gran Hermano o leía algún libro de Jorge Bucay, lo cual era aún peor. Se saltó las indicaciones porque ya sabía que la menopausia y la ansiedad senil eran las únicas que le faltaban para tenerlas todas, y pasó al capítulo siguiente, en el que se subrayaba que el medicamento “puede conducir al desarrollo de dependencia física o psíquica”. “No vamos mal”, pensó David, “sólo las cosas buenas generan dependencia, por eso nos jode tanto dejarlas”. Le gustó también lo de “tratamiento hipnótico”; de hecho, era la falta de hipnosis, su realismo enfermizo, lo que le había llevado al médico.
Antes de dormir, David se tomó la primera cápsula y después desapareció del mundo durante siete horas. “Los tranquilizantes son la ataraxia moderna”, escribió en su diario nada más despertar. Llevaba más de un año sin dormir seis horas seguidas, desde su penúltimo cumpleaños, y aquella vez el sueño fue cosa del alcohol. Otra vez la hipnosis.
La lista de posibles efectos adversos de las cápsulas (“somnolencia diurna, apatía, disminución del estado de alerta, confusión, fatiga, dolor de cabeza, mareo, debilidad muscular, alteraciones de la marcha o doble visión”), que leyó mientras desayunaba, le hizo reír. ¿No era gracioso que el remedio provocara los mismos efectos que la enfermedad? En todo caso, él no se sentía peor que de costumbre, más bien al contrario. Lo mismo le ocurrió una vez finalizado el tratamiento, pese al ajetreo del cambio de piso y las broncas que ese asunto acarreó consigo. Ahora no se sentía débil: tenía, de una manera cómoda e indolora, el poder de decidir cada noche si quería despertar al día siguiente y vivir un nuevo día, o dejar que aquellas capsulitas blancas y rosas obraran el milagro.
Buenas, don Alfredo,
Esto si que ha sido una píldora. Aparte de eso, poca cosa más. Me ha aburrido tanto que he perdido el hilo a mitad de lectura.
Imagino que sus mejores relatos están aún por escribir…
Saludos y gracias,,,
No era mi intención aburrirle. Tampoco sé cuál era mi intención, todo sea dicho. Hace años que no escribo relatos, por lo que no tengo claro que los mejores estén por escribirse. El tiempo lo dirá.