Anoche actuó en la sala Apolo uno de los grupos importantes del rock español, Los Enemigos, reunidos recientemente tras una década de separación. Muy buena entrada, media de edad bastante alta entre el público asistente y ganas de rockear y de salir durante un par de horas del pútrido entorno de cada día.
Han pasado casi treinta años desde la fundación de este grupo madrileño que fue indie antes que nadie, antes incluso de que la propia palabra fuera conocida en España. Hoy, los años y la vida han cambiado el rostro de estos cuatro músicos, pero la energía continúa intacta. Poca retórica, muchas guitarras y rock & roll directo al grano. Empezaron con uno de sus temas más conocidos, John Wayne, y a partir de ahí se sucedieron más de una veintena de canciones, conceptualmente parecidas pero que en conjunto forman uno de los repertorios más sólidos del rock nacional. Música contundente y guitarrera y letras en las que vale la pena fijarse. Ahí radicó tal vez mi principal pero al concierto, pues el alto nivel decibélico reinante en la sala hizo que en muchas ocasiones los textos que cantaba Josele Santiago (quien es un músico y letrista de nivel, pero tampoco es Pavarotti) fueran difíciles de entender. Con todo, y aún a riesgo de repetirme, no dejaré de alabar la energía que derrocharon unos músicos que ya tienen dos edades y pico, pero que sobre el escenario parecieron muy jóvenes. Sin apenas discursos ni solución de continuidad, se sucedieron clásicos como Septiembre, Antonio, La cuenta atrás o Señora, hasta concluir con una generosa ronda de bises, ovación del respetable y vuelta al ruedo. Los Enemigos han vuelto, no sé si para quedarse, pero anoche pareció que la banda formada por Josele Santiago, Fino Oyonarte, Manolo Benítez y Chema Animal Pérez nunca se hubiera ido.
Posiblemente, mi canción favorita de Los Enemigos:
Otro de sus temas emblemáticos, en una actuación televisiva en 2001: