THE COMMITMENTS. 1991. 116´. Color.
Dirección: Alan Parker; Guión: Dick Clement, Ian LaFrenais y Roddy Doyle, basado en la novela The Commitments, de Roddy Doyle; Dirección de fotografía: Gale Tattersall; Montaje: Gerry Hambling; Música: Wilson Pickett, Joe Tex, Ashford & Simpson, Otis Redding, etc; Dirección artística: Arden Gantly y Mark Geraghty; Diseño de producción: Brian Morris; Producción: Roger Randall-Cutler y Lynda Myles, para Beacon Communications-Dirty Hands Productions-First Film Company (Reino Unido-Irlanda-EE.UU.).
Intérpretes: Robert Arkins (Jimmy Rabbitte); Andrew Strong (Deco); Michael Aherne (Steven Clifford); Angeline Ball (Imelda Quirke); Maria Doyle (Natalie); Johnny Murphy (Joey Lips Fagan); Dave Finnegan (Mikah Wallace); Bronagh Gallagher (Bernie); Félim Gormley (Dean Fay); Glen Hansard (Outspan Foster); Dick Massey (Billy Mooney); Kenneth McCluskey (Derek Scully); Colm Meaney (Mr. Rabbitte); Andrea Corr (Sharon Rabbitte); Anne Kent, Gerard Cassoni, Michael O´Reilly, Liam Carney, Ger Ryan.
Sinopsis: Jimmy Rabbitte, un joven desempleado del norte de Dublín, se propone crear un grupo de soul en su ciudad para devolver la música a la clase obrera. Para ello, recluta a un grupo de jóvenes músicos sin experiencia, a los que se une un trompetista que ha tocado con algunas de las grandes estrellas del soul. El grupo inicia su andadura tocando en bares y su fama va creciendo a medida que lo hacen sus problemas internos.
El novelista Roddy Doyle se hizo célebre a causa de una serie de novelas que retrataban, en clave más cómica que trágica, los avatares de algunos de los habitantes de los barrios obreros de Dublín. La primera de esas novelas, The Commitments, fue llevada al cine por Alan Parker, un director que ya había demostrado lo bien que sabía mezclar música y cine y que, a principios de los 90, se encontraba en la cúspide de su carrera. A partir de un texto que rezumaba autenticidad, lleno de ironía y tremendamente agudo en lo que a captación de las grandezas y debilidades humanas se refiere, Parker asumió el reto de ponerle carne, huesos y muchas canciones a esta historia de jóvenes que buscan salir del fango a base de soul. El artífice de todo el tinglado es Jimmy Rabbitte, un joven melómano dublinés que vive en casa de sus padres, cobra el subsidio de paro y un buen día decide que va a formar un grupo de soul de acuerdo a un argumento incontestable: «Los irlandeses somos los negros de Europa; los dublineses, los negros de Irlanda, y los dublineses del norte, los negros de Dublín». En primer lugar, debe encontrar a los músicos adecuados, y para ello pone un anuncio en el periódico y organiza audiciones en su casa, a las que se presentan sujetos de lo más excéntrico, lo que da pie a un buen número de momentos bastante delirantes. Mientras sueña con su grupo de soul, se encierra en el baño o en su habitación y se entrevista a sí mismo. Al fin, recluta a un guitarrista y a un bajista que militaban en un grupo dedicado a amenizar bodas, bautizos y comuniones, al organista de la iglesia del barrio, a un joven de carácter imposible y voz increíble a quien oyó cantar en una boda, a un saxofonista cuyas influencias son Clarence Clemons y el tío de Madness, a un joven y algo iracundo obrero a la batería, y a tres coristas, entre las cuales se encuentra el incuestionable sex-symbol del barrio. A ellos se les une Joey Lips Fagan, trompetista que ha tocado para gente como Joe Tex o Wilson Pickett y a quien el Señor ha enviado a llevar el soul a Dublín (y, de paso, a dar muy buenos consejos musicales a sus bisoños compañeros, y a cepillarse a las coristas). Lentamente, la cosa va tomando forma, pese a la inexperiencia musical de casi todos, y a la manifiesta incompatibilidad entre varios de los componentes del grupo. Jimmy ha de lidiar con todo eso, mientras trata de que todos acudan a los ensayos, tengan el equipo necesario y toquen lo mejor que puedan. Y el grupo va haciéndose bueno, teniendo actuaciones en locales cada vez mejores y más concurridos y empezando a captar la atención de la prensa musical local. ¿Serán The Commitments el nuevo fenómeno musical irlandés, o las tensiones en la banda harán que todo el trabajo, las energías y el entusiasmo vertidos en el proyecto se pierdan? En todo caso, esos chicos nunca volverán a ser los jóvenes prematuramente viejos y sin esperanzas que eran antes de formarse el grupo, y a muchos de ellos la música les salvará del paro, de los empleos de mierda y de un futuro tan gris como el cielo del barrio en que viven.
The Commitments es uno de esos films que alguien que ama la literatura, la música y el cine nunca se cansa de ver, pues es muy buena en los tres campos. El guión es fantástico, lleno de diálogos y situaciones chispeantes; la parte musical, tanto en la elección del repertorio como en su interpretación, justamente célebre, y la cinematográfica, un ejemplo de lo gran director que era el Alan Parker de sus buenos años, excelente en lo visual y acertadísimo en el montaje. El hecho de que en el reparto no haya ni una sola cara conocida otorga al film la autenticidad que necesita, y es de alabar el trabajo de ese puñado de jóvenes inexpertos que, como los personajes que interpretan, luchan por ser algo más que el pringado cualquiera de un barrio cualquiera. Realmente, la película tiene soul, en todos los sentidos del término: tiene ritmo y tiene alma. El desarrollo de la trama, e incluso varios de los momentos cómicos, tienen mucho de berlanguiano (los parecidos entre ciertos países pobres y católicos son acusados), y el epílogo es impagable. También lo son otras escenas (las ya comentadas audiciones en casa de Jimmy, el gran Colm Meaney emulando a Elvis, los jóvenes que dejan de hablar de música para contemplar el culo de Imelda mientras baja por una escalera de mano, el aroma a sudor y cerveza negra de las actuaciones de la banda mezclado con el aroma a desastre que desprenden los camerinos, las autoentrevistas de Jimmy)… The Commitments es alegre y a la vez triste, como la vida misma, y habla con entusiasmo de varias (o de casi todas) las cosas que hacen más llevadera la existencia de los simples mortales que penamos en este mundo sin soul.