A los más demócratas y liberales de nuestros diputados, así como al coro de plumillas, seguramente bien remunerados, que les ríen las gracias, les indigna sobremanera que unos seres chillones y vestidos de forma poco elegante se acerquen a sus sacrosantas viviendas particulares y les voceen las verdades. «Tratan de socavar la soberanía popular» (es decir, la de ellos), dicen. Yo creo que lo que en el fondo les indigna es que les piden, y encima a gritos, que apoyen una ley sin ofrecerles nada a cambio. Porque cuando uno o varios empresarios o demás poderosos oligarcas les llaman, escriben o requiebran pidiéndoles que apoyen o dejen de apoyar leyes, y a cambio les dan (a ellos y a su parentela cercana) dineritos, o les pagan viajes o vestuario de lo más elegante, bien poco se indignan, y bien obedientes son. Así que, escracheadores del mundo, si queréis que los diputados os hagan caso, dejad de dar el cante por la calle y poned en funcionamiento la máquina de untar voluntades, que ésa aquí nunca falla. Ya sé que sois pobres y eso, pero en la selva, o te adaptas o pereces, así que haced un esfuerzo, que es por una buena causa.