FANTASTIC VOYAGE. 1966. 98´. Color.
Dirección: Richard Fleischer; Guión: Harry Kleiner, basado en la adaptación hecha por David Duncan de la historia original de Otto Klement y Jay Lewis Bixby; Dirección de fotografía: Ernest Laszlo; Montaje: William B. Murphy; Música: Leonard Rosenman; Dirección artística: Dale Hennesy y Jack Martin Smith; Decorados: Stuart A. Reiss y Walter M. Scott; Producción: Saul David, para Twentieth Century-Fox (EE.UU.).
Intérpretes: Stephen Boyd (Grant); Raquel Welch (Cora Peterson); Edmond O´Brien (General Carter); Donald Pleasence (Dr. Michaels); Arthur O´Connell (Coronel Reid); William Redfield (Capitán Owens); Arthur Kennedy (Dr. Duval); Jean del Val (Benes); Barry Coe, Ken Scott, Shelby Grant, James Brolin.
Sinopsis: Un científico que posee el secreto de la miniaturización permanente de personas y objetos es herido en un atentado perpetrado por agentes soviéticos, tras el cual queda al borde de la muerte. Para operarle, se decide miniaturizar un submarino y a una tripulación, que deberá llegar al cerebro del herido en un viaje a través de su cuerpo.
Detrás de tan delirante argumento como el que acabo de resumir se encuentra uno de los últimos films emblemáticos de la ciencia-ficción anterior a 2001 y El planeta de los simios. El solvente director Richard Fleischer, que años atrás había dirigido la mejor adaptación cinematográfica de Veinte mil leguas de viaje submarino, se puso al frente de este viaje al interior del cuerpo humano que, pese a sus limtaciones, posee un indudable encanto.
El principio de la película, en el que se narra la llegada en avión del científico Benes y el atentado que éste sufre a continuación, nos remite al Fleischer más reconocible, al cineasta de estilo seco y rotundo forjado en el cine negro. A partir de aquí, comienza la ciencia-ficción propiamente dicha: unos minutos de coartada científica (bastante débil, dicho sea de paso), y un apasionante viaje de cinco individuos a través del cuerpo humano. Uno de los miembros de la tripulación del submarino es un agente enemigo infiltrado que intentará hacer fracasar la operación y que Benes se lleve a la tumba el secreto de la miniaturización permanente.
El interés se centra, pues, en dos aspectos fundamentales: la odisea a través de lo desconocido de los tripulantes y el afán por desenmascarar al agente infiltrado que se encuentra en la nave. Apoyada en estos dos puntos, la película consigue atrapar al espectador pese (o gracias) a lo descabellado de su propuesta, el desarrollo de la trama es consecuente con lo expuesto, la tensión nunca decae y los efectos especiales, que hoy nos pueden parecer un juego de niños, dan el pego de forma más que correcta (los medios no son espectaculares, pero tampoco alcanzan el nivel espartano de los films de Roger Corman). El desenlace es previsible, pero Fleischer sabe llegar a él con maestría y habiendo involucrado en su juego al espectador desde el principio. En sí misma, la película no se diferencia en nada de otras muchas que nos hablan de viajes a través de galaxias desconocidas, pero aprovecha al máximo su hecho diferencial: que esta vez ese planeta desconocido es nuestro propio organismo. Se agradecen los intentos de elaborar un discurso coherente dentro de la incoherencia, es decir, de darle un brillante barniz científico a una historia que, analizada con frialdad, no se sostiene. El mérito del film es que, aún sabiendo esto, es consistente en su inconsistencia y uno se traga el caramelo y sigue con atención las peripecias de los personajes, reducidos a un tamaño microscópico y, por tanto, casi totalmente indefensos frente a cualquier amenaza. El factor tiempo contribuye en no poca medida a incrementar la tensión, pues los tripulantes sólo disponen de una hora (período máximo de miniaturización) para llegar al cerebro de Benes, operarle y salir de su organismo.
No se me escapa que en la película hay discurso político, y que éste no es precisamente progresista (los malvados agentes soviéticos, las repetidas alusiones a esa inteligencia superior creadora de ese milagro evolutivo que es el cuerpo humano), pero cuando una película es buena, gusta a pesar de eso. Y Viaje alucinante es una buena película, ejemplar desde el punto de vista técnico (un diez para Ernest Laszlo, desde luego) pese a la modestia de sus medios, y narrada con gran vigor. En este tipo de obras, en el que el interés principal se centra en el relato fantástico y los efectos especiales, las actuaciones suelen quedar relegadas a un segundo plano, pero el reparto de esta película tiene algunos puntos de interés. A nivel interpretativo, es de destacar la presencia de muy buenos actores como Donald Pleasence (el mejor de la función), Arthur Kennedy o Edmond O´Brien. El protagonista, Stephen Boyd, no es lo que se dice un prodigio de expresividad, pero no destroza el conjunto.
Capítulo aparte merece la presencia de una Raquel Welch en el esplendor de su apabullante belleza. No me equivoco si digo que, en cuanto ella aparece en pantalla, al público masculino le resulta difícil mirar hacia otro lado. Podrá decirse que no es demasiado buena actriz, o que en esta película su papel es fundamentalmente decorativo, o que la abuela fuma, pero, centrándonos en lo sustantivo, lo mejor que uno puede hacer como espectador es admirar la impresionante arquitectura de miss Welch, seguramente una de las mujeres más bellas que jamás haya aparecido en el cine. Otro aliciente más para disfrutar con esta pequeña joya de la ciencia-ficción clásica.