Reproduzco un artículo escrito por Félix Ovejero, profesor universitario y vecino de distrito, y publicado en la edición de hoy de El País. En mi opinión, el autor incurre en el muy frecuente error de atribuir el nacionalismo sólo a los nacionalistas periféricos, pero tiene el valor de tratar cuestiones que se están soslayando interesadamente en el debate secesionista, no pocas veces carente del más mínimo rigor, que se ha reabierto por aquí de un tiempo a esta parte:
«LA ECONOMÍA MORAL DEL NACIONALISMO
“A veces hablamos como hablamos, y eso nos lleva a simplificar las expresiones”. De este modo quiso justificar Francesc Homs, portavoz de la Generalitat, una falsedad repetida durante meses por los nacionalistas: que el Tribunal Constitucional alemán había establecido un límite fiscal del 4% al déficit de los länder. Como si se tratara de un despiste circunstancial sobre un asunto opinable y no de una consigna de meses sobre números y sentencias. No es la única vez que descubrimos que la economía del nacionalismo se sostiene en mentiras sin escapatorias. También sucedió con otro mantra, este de menor tráfico y con más esquinas: el Principio de Ordinalidad, según el cual es consustancial a los Estados federales que las transferencias de nivelación no alteren el orden de las federaciones por recursos tributarios per capita o por habitante ajustado.
No eran calentones de tertuliano borrachín, sino tesis precisas puestas en circulación a sabiendas de su falsedad y que, sin molestarse en sopesarlas, un día sí y otro también repetían con fervoroso convencimiento periodistas propicios y académicos rebosantes de ardor patriótico espontáneo o engrasado. De esas que, en condiciones normales de cultura democrática, conducen a dimisiones, rectificaciones y ostracismo profesional.
Pero la economía moral del nacionalismo es discutible no solo por los procedimientos sino también por sus fundamentos. Recordemos lo básico: las fronteras de los Estados democráticos enmarcan perímetros de justicia y democracia. Podemos exigirnos el compromiso con las decisiones y, si lo hemos acordado, imponernos redistribuciones. En esa superposición entre justicia y democracia se sostiene el germen igualitario que asociamos al ideal ciudadano. De fronteras afuera solo caben acuerdos que respondan a la capacidad de negociación y a beneficios de trato. No redistribuimos con los alemanes ni decidimos con los suizos. Ni siquiera se nos ocurre reprocharles que ignoren nuestros intereses o sus evasiones fiscales. Ni la justicia ni la democracia entran en consideración.
La economía moral del nacionalismo desprecia esta trama democrática. Su axioma básico es: “Hay conciudadanos que no son iguales a nosotros”. Para confirmarlo, basta con examinar el trasunto normativo de su obsesión por las balanzas fiscales y los lemas en que cristaliza. El primero, “España no nos sale a cuenta”, solo se entiende desde la desconsideración de los “no nacionales”. Hay unos que sí importan y otros que no. Por eso el cálculo no se contempla entre catalanes, no se pregunta, por ejemplo, si a Barcelona le conviene compartir comunidad política con la pobre comarca de la Anoia. Si diéramos por bueno el trasfondo moral del lema, lo debido sería hacer una lista de ciudadanos “desechables”; para empezar, niños, descapacitados y ancianos. Si hacemos unas preguntas y otras no, si “entre nosotros” no se piden las balanzas es porque a los otros no se les considera nuestros iguales.
El segundo lema, “los catalanes pagamos demasiado al Estado”, asume que los impuestos que yo pago son de Cataluña. No los pago como ciudadano de un Estado de acuerdo con un marco constitucional que me proporciona derechos y libertades, sino como parte de una impreciso contribuyente fiscal: “los catalanes”. Con las mismas razones mi hermana o mis vecinos podrían apropiarse de mis cuentas para quejarse de lo que pagamos los Ovejero o los del Ensanche. Yo pertenezco a una familia, vivo en un barrio barcelonés y he nacido en Cataluña, pero, desde el punto de vista de mi condición de ciudadano, lo que incluye el entramado jurídico en el que se insertan “mis” impuestos, esas circunstancias tienen tan poca relevancia como mi condición de culé, miope o varón. Los miopes, que compartimos identidad biológica y hasta visión del mundo, borrosa, no somos sujetos fiscales. La igualdad solo se hace inteligible entre ciudadanos, no entre familias, tierras o aficionados deportivos.
El tercer lema es más sutil y merodea un argumento: “Hay que proporcionar un trato privilegiado a Cataluña, motor económico, porque, por goteo, los españoles se beneficiarán”. Los nacionalistas lo invocan como una justificación moral. Y no. Cuando ciertos liberales hacen uso de una idea parecida, sustituyendo “Cataluña” por “los ricos”, su defensa de la desigualdad es prudencial o instrumental, no normativa. No nos dicen que los privilegios estén bien, sino que debemos resignarnos a ellos porque, de ese modo, se consigue lo importante, la mejora de los desfavorecidos. El argumento, al final, se sostiene en la defensa de los ciudadanos en peor situación. A nadie se le ocurre invocar los privilegios como principio de justificación, consagrarlos en constituciones o estatutos (salvo quienes apelan a derechos históricos, pero esos, seamos serios, no razonan moralmente). La desigualdad acaso sea un estímulo para el comercio, como lo pueden ser el sexo y las comilonas, pero a nadie se le ocurre encabezar una constitución con los pecados capitales. Por cierto, también las descargas eléctricas o los latigazos resultan muy estimulantes para evitar acciones terroristas.
El trato diferencial no es un argumento político, público. Nadie en un Parlamento se atrevería a decir sin sonrojo: “Yo solo contribuyo si tengo un trato privilegiado”. Esa es la raíz última del desinterés nacionalista por una Cámara federal. Lo suyo son las negociaciones privadas y en trastienda, esas que están detrás de los distintos modelos de financiación que los nacionalistas propusieron, los demás acataron y, al poco tiempo, sus autores presentaban como tiránicas imposiciones. Sus propuestas no aspiran a ser aceptables en un marco democrático: ni por su contenido, en tanto buscan el trato diferencial, ni por sus principios, en tanto no entienden a los demás —sus intereses— como dignos de consideración, ni siquiera como interlocutores, como parte de su comunidad política.
El uso del “argumento” por los nacionalistas es particularmente torpe. No ya porque pretendan usar el privilegio como principio de justificación, sino porque, además, lo usan mal. Y es que si lo aceptamos, valdría para las personas, nunca para los territorios. Quienes invierten son los empresarios, no “Cataluña”. Si lo damos por bueno, el argumento lo único que justificaría es el trato favorable para los más adinerados, vivan en Marbella, Madrid o Girona.
Todo ese desorden moral se hace inteligible cuando se asume que los otros no son nuestros iguales. Las balanzas fiscales no son el punto de partida de ningún razonamiento, sino la conclusión del axioma irrenunciable del nacionalismo: unos son los nuestros y a los otros hay que mirarlos como extranjeros. Esa es la elección fundamental de quienes quieren levantar fronteras. En una suerte de xenofobia superlativa, no es que no quieran a los extranjeros como conciudadanos, es que quieren, además, a los conciudadanos como extranjeros. El mismo sostén de quienes invocan el derecho a decidir, a romper la comunidad de ciudadanos. Con la misma legitimidad, los que viven por encima de la Diagonal podrían constituirse en Ayuntamiento independiente. Sin que los demás barceloneses pudiéramos decir esta boca es mía. Y si aceptamos esos principios y ese derecho, resulta irrelevante el hecho, real o imaginario, de que “una mayoría esté de acuerdo”. El “derecho” a decidir por parte de esos barceloneses, su posibilidad, es previo a saber si existe una mayoría. La mayoría es, si acaso, el resultado del ejercicio de ese supuesto derecho, lo que se quiere averiguar. Lo decisivo es que, de entrada, unos han decidido que los de abajo no somos de los suyos ni tenemos vela en nuestro entierro.
Que estas cosas se les pudieran ocurrir a los de encima de la Diagonal sería casi normal. De eso iba la nobleza un 5 de mayo de 1789 en Versalles, de comer aparte. Se opuso el Tercer Estado en la sala del jeu de paume y comenzó la mejor andadura de la moderna democracia. Otra cosa es lo que cabe esperar de quienes dicen defender el ideal de ciudadanía, en especial de la izquierda. Cuando ICV y PSC caminan en compañía de CiU —a estos efectos sus programas son una copia mala del programa de CiU del año anterior—, en esta retórica de la “singularidad” confirman su desbarajuste intelectual. Quien levanta una frontera donde no existía le está diciendo al que queda al otro lado que no lo considera su igual, que no le alcanzan los ideales de libertad, igualdad y fraternidad. Han decidido hacernos extranjeros».
Don Alfredo, bon rotllo.
«Félix Ovejero, profesor universitario, vecino de distrito» i daixonsis i dallonsis i un dels ideòlegs de Ciutadans. Perdona, però aquest paio també agafa la part de la informació que li interessa. Sembla un nacionalista.
Au,va! A l’article li poso un 10 en demagògia. Aquesta no li quedarà per setembre.
«Quien levanta una frontera donde no existía le está diciendo al que queda al otro lado que no lo considera su igual»: quins collons! Si és la meva cultura la que és estrangera pel seu país! ¿O no? Recordo els de Ciutadans manifestant-se contra el gallec a Galícia. En canvi en això del LAPAO optatiu no s’hi fiquen, perquè cal ser respectuosos amb les decisions preses pel govern democràticament elegit d’una altra comunitat autònoma.
Li faig cortet, que no costa tant: votar NO a la independència és lícit; negar-me el dret a votar per la indenpendència o la dependència no és democràtic. I si no és democràtic vol dir que no és demòcrata. I PUNT.
No comento la part de l’article de la pela. Si vol Ovejero la firmo, però només perquè sigui feliç. Ara, això de la «especie de xenofobía superlativa» és una estupidesa. Fixa’t que et dic, ni tan sols crec ni que s’ho cregui.
Sempre benvingut, senyor Zabala:
Sí, el paio és de Ciutadans. I sí, agafa la part de la informació que li interessa. Tens raó, és nacionalista.
Quant al tema de la demagògia… bé, acceptable… si acceptem també que una part substancial de la propaganda independentista mereix, com a mínim, un notable alt en aquesta matèria (per fi la senyora Ortega aprova en alguna cosa). Això sí, el que es diu als dos primers paràgrafs de l´article no em sembla ni demagògic, ni fàcilment rebatible. A partir d´aquí, podem parlar tot el que vulguis.
El tracte a la cultura (no només a la catalana) al Sud dels Pirineus (a TOT el Sud dels Pirineus) és lamentable.
La qüestió és: cal fer un referèndum per la independència? O més aviat: cal fer-ho ara? La meva resposta a la segona pregunta és un NO rotund. No cal minusvalorar la gran habilitat que té l´èsser humà per empitjorar situacions dolentes (ni la de certs països per decidir malament). No porto bé haver de pagar les equivocacions dels altres, ja pago prou les meves. I que ningú s´engany: CATALONIA IS NOT DIFFERENT.
Un apunt sobre la pela: jo prefereixo que una part dels meus espoliats impostos vagi a Andalusia abans que a, per exemple, Lleida o Sant Julià de Vilatorta. O a pagar la versió cutre d´una cosa tan vomitiva com Eurovegas. No és per cap motiu nacionalista, sinò per quelcom molt menys imaginari: a Andalusia viu una part important de la meva família, i potser després de l´espoli de veritat (què és el que patim les classes mitjanes i els assalariats, d´aquí i de Burgos) els hi cau algun cèntim i tot, que bé que els necessiten. En tot cas, jo, les balances fiscals entre les províncies catalanes sí que les vull veure, espero que algú les publiqui un dia d´aquests i se´n pugui parlar. També espero que em toqui la Primitiva, encara que sigui espanyola, pero tinc seriosos dubtes que cap de les dues coses succeeixi alguna vegada.
Don Alfredo.
El tracte a la cultura a Espanya és lamentable però amb diferències. Espanya ignora la cultura castellana i menysprea la cultura catalana. Saps el cas de Mr. Lewis York, que és el nom que ha de gastar un col·lega teu i meu quan ha de vendre llibres a l’Espanya castellana, que amb el seu nom real no va enlloc. Hi ha excepcions, és cert. ¿Saps qui trobo que és avui en dia l’enemic més gran de l’independentisme? El sr. Cayo Lara i Izquierda Unida que davant l’embranzida ha oposat democràcia i respecte. Amb aquests paios s’hi pot parlar. Si a Espanya guanyés IU s’hauria acabat el bròquil. El problema són PP-PSOE-UPYD-Ciutadans que treballen cada dia, totes les hores del dia per la independència de Catalunya. Potser si a El País li passessin a Cayo Lara la columna de l’Ovejero… Ovejero porta anys dient el mateix, i a més ja el Premi a la Tolerancia. ¿Què més vol?
Et demanes si és el moment de fer el referèndum, ara. Trobo que sí. Quan abans millor, per a tothom. Tothom sap que ja no hi ha volta enrere.
Catalonia is not different. Tens raó. No l’és. Ni en les formes.
Tema espoli: t’entenc. Però em parles de sentiments…
Si treus les balances fiscals catalanes em penso que qui pringa és Tarragona. I Sarrià-Sant Gervasi, potser. Però a aquests no els vindrà d’aquí. I sí, si mires per sectors els espoliats som els assalariats.
En general, tots els països, en especial els més grans, magnifiquen la cultura nacional oficial i menyspreen les altres, tant més quant més minoritàries siguin. L´única cosa que, en aquesta qüestió, diferencia Espanya de la resta, és el tracte a la cultura pròpia, no envers les altres. És evident que seria més fàcil convèncer a bona part d´Espanya de que la cultura catalana és part de la seva… si ells estiguessin interessats en la seva. Quant al tema d´IU, jo voldria que guanyessin a Espanya, però sé que és impossible, a Espanya i també a Catalunya, un govern que sigui realment d´esquerres. Aquest és l´autèntic drama de viure aquí i, contra això, em nego a somiar en succedanis de llibertat que, un cop més, em recorden massa Lampedusa. Cert que l´espanyolisme crea independentistes, i que d´una Espanya pròspera, moderna, avançada i progressista no voldria separar-se ni Déu, però també tinc clar que una Catalunya independent no serà res de tot això. Només cal veure la qualitat dels materials amb els quals s´està construInt. Amb tot plegat, a qui realment entenc és a la gent que pot marxar i ho fa, sense cap intenció de tornar més que de vacances. I, personalment, em toca els ous que molts individus massa poc llegits em titllin d´espanyolista quan dic que no vull la independència. Tinc tot el dret al meu criteri, que no és blanc ni negre però està molt més treballat que el de la gran majoria d´espanyolistes i independentistes, i evidentment al meu desencant.
Sobre la balança fiscal catalana, potser sí que Tarragona pringa, però no oblidem que a la còpia cutre d´Eurovegas (quins collons!) li han hagut de posar «Barcelona World» per què al menys es conegui la seva (futura) existència.