FÉLIX GRANDE. Memoria del flamenco. Galaxia Gutenberg. 518 páginas.
Una vez leí, no recuerdo dónde, que para entender el flamenco se debe haber sentido pena en el alma. Quizá a esta música, la única verdaderamente reivindicable creada al sur de los Pirineos, más que entenderla haya que sentirla. De eso habla este libro, de sentir una música surgida de la miseria de un pueblo, y que desde orígenes tan modestos ha logrado, tras una larga travesía de más dos siglos a través de cuevas, prostíbulos, prisiones, tablaos y teatros, convertirse, además de en una de las más sinceras expresiones del sentir popular que existen, en un estilo apreciado por su calidad en los cinco continentes. El flamenco forma parte de mi propia herencia cultural y, aunque mi enamoramiento del cante jondo ha sido tardío y paulatino, creo que esta forma de arte va a acompañarme allá donde vaya. De ahí que mi búsqueda de información y sensación me haya llevado hasta este libro.
La tarea que se propuso Félix Grande no es precisamente liviana: explicar, desde lo vivido y lo leído, la historia del flamenco desde sus más remotos orígenes hasta la actualidad. Y esos orígenes, se remontan, nada más y nada menos, que a la llegada de los gitanos a lo que mucho después fue el sur de España. Y a Zyriab, el Petronio del emirato de Córdoba, el músico de los diez mil cantares y la persona que dio los primeros pasos para que el laúd se fuera transformando en el instrumento fundamental del flamenco: la guitarra. Pasaron los siglos, y a finales del XVIII aparecen las primeras formas del cante jondo, surgidas de las cuevas habitadas por gitanos.
El flamenco es el grito y el llanto de un pueblo (o de dos: los gitanos del Sur de España, y los payos pobres del mismo lugar) abocado al sufrimiento desde los tiempos de la Reconquista. La historia de esta música es inseparable de las fatigas en las que nació y creció, y el autor se detiene extensamente en esta cuestión, recordando leyes y decretos reales promulgados contra los gitanos, los efectos que estas normas tuvieron en la práctica y las miserables condiciones de vida de los jornaleros andaluces desde que el mundo es mundo. También nos habla de las rebeliones: las revueltas puntuales, siempre reprimidas con sangre, el bandolerismo, la poderosa implantación en Andalucía de las organizaciones anarquistas… y la otra rebelión, la interior, el desgarro y el quejío de los que surge el flamenco. Una música que ha pasado por muy diferentes etapas (también relatadas extensamente por Félix Grande, desde los cafés cantantes hasta los tablaos, pasando por la ópera flamenca), unidas casi siempre por el desprecio de la alta cultura, siempre tan endogámica por estos lares. Hasta épocas muy recientes, el flamenco ha sufrido la ignorancia, cuando no el puro maltrato, de las élites intelectuales ibéricas. Las honrosas excepciones a tan cegata perspectiva las constituyen nombres como Manuel de Falla o Federico García Lorca, que tanto hicieron por eliminar los prejuicios que desde siempre hubo de soportar el cante jondo. También, y casi desde la cuna, el flamenco ha sufrido la incomprensión de buena parte del público, más deseoso de diversión que de conmoción. Esta tendencia mixtificadora tuvo su apogeo, como no podía ser de otra forma, durante los años más oscuros del franquismo, en los que se prostituyó el flamenco como se prostituyó el país entero. La labor creadora, y por fin difundida adecuadamente, de figuras como Antonio Mairena, Camarón de la Isla o Paco de Lucía, contribuyó a tres cosas: a recuperar el flamenco más auténtico, a ampliar sus horizontes artísticos y a obtener un reconocimiento tan merecido como tercamente negado. Félix Grande nos cuenta todo esto con profusion de detalles, con bien documentado deleite y también, en ocasiones, con justificada ira ante la perpetua injusticia. Su recorrido por la historia del flamenco es mucho más sentimental que enciclopédico, y ahí radica quizá el que a mi entender es el mayor defecto del libro: la llana omisión de nombres de la importancia de un Manuel Vallejo, o el poco espacio dedicado a muchas de las grandes figuras de este arte gitanoandaluz. Bien es cierto que el autor se encarga repetidas veces de recordarnos que su ensayo está, ante todo, construido desde la admiración por los viejos y el recuerdo de las propias vivencias, y que fuera de él existen otros trabajos en los que documentarse profusamente sobre la vida y la obra de los grandes del flamenco, pero algo de eso echo a faltar en ésta, con todo, obra imprescindible para saber más sobre el cante jondo y todo lo que le rodea. Un libro que se disfruta, y del que se sale sabiendo más de lo que se sabía antes de abrirlo.
A modo de posdata, unos versos anónimos que, en mi opinión, definen muy bien el sentir flamenco:
«“De borrachera,
dice la gente que vivo,
de continua borrachera.
Nadie sabe los motivos
y si alguno los tuviera
se emborracharía conmigo».