Nuevo mes, nueva píldora. Indicada si se es plenamente consciente de que desear no es conseguir, y a pesar de ello no se deja de desear.
AMOR VERDADERO
Poetry in motion
walkin´ by my side
her lovely locomotion
keeps my eyes open wide
JOHNNY TILLOTSON, Poetry in motion
V. Lázaro era razonablemente infeliz hasta que Eva apareció en su vida. Ocurrió en la oficina, un día de tantos, mientras pensaba en sus próximas vacaciones y disimulaba los bostezos con envidiable habilidad. El jefe ya había avisado unos días antes que, dado que había tres administrativas de baja, dos por maternidad y una por depresión, llegarían caras nuevas a la empresa para cubrir temporalmente las ausencias, pero V. Lázaro era, en este y en otros muchos temas, un escéptico, y no esperaba mucho de unos sujetos que sólo contrataban especímenes anti-libido. De ahí tal vez la cara de niño de Fátima que se le quedó cuando tuvo delante a Eva: metro setenta y algo, rubia natural, ojos azules, mirada alegre y unas medidas que debían de ser 89-61-92 por aquello de que la perfección no existe. Como en las películas cursis, el resto de la escena desapareció entre el humo, igual que desaparecieron en V. Lázaro la capacidad de hablar y los mecanismos de control en la producción de feromonas hasta que Eva salió de su campo visual… por poco tiempo, ya que, una vez concluyeron las presentaciones, al nuevo fichaje se le asignó como lugar de trabajo precisamente la mesa que había justo delante de la de V.Lázaro, lo que convirtió a nuestro protagonista en la envidia del nutrido sector masculino de la empresa.
V. Lázaro se enamoró a la edad en la que todo el mundo se conforma con un sucedáneo. Lo dedujeron en la tienda de Armani cuando le vieron dejarse medio sueldo en ropa, colonia y complementos, lo dedujeron sus familiares cuando empezaron a entrar en casa discos de Los Panchos, lo dedujeron sus amigos porque apenas hablaba y tardaba el doble de lo normal en beberse una pinta de Guinness, lo dedujeron sus amigas porque empezaban a encontrarlo simpático, lo dedujo el quiosquero porque no acudió a su cita mensual con la revista Penthouse y, cómo no, lo dedujeron sus compañeros de la oficina. No era muy difícil, dado que V. Lázaro no tenía ojos más que para Eva. La veía llegar y desconectaba del resto, ocupado como estaba en seguir todos sus movimientos, en especial cada vez que ella se sentaba o abandonaba su asiento. Hablar no hablaron mucho, sobre todo porque a V. Lázaro se le daba muy mal conversar con mujeres que le gustaban y porque Eva bastante tenía con familiarizarse con su nuevo empleo mientras trataba de quitarse de encima a los muchos babosos que se dejaban caer por su mesa. V. Lázaro llegó a saber, eso sí, que ella vivía fuera de Barcelona y que tenía novio (las mujeres perfectas tienen el horrible defecto de nacer con novio incorporado), pero poco más. Por su parte, él no estaba para trabajar: el director le hablaba de cuadrar el balance y él sólo pensaba en la perfecta geometría del balanceo de Eva cada vez que iba a la máquina del café o a llevar informes. En esos momentos se veía montándola sobre la mesa del despacho de su jefe, que era más grande que la suya, sin hablar, sin cine, sin “¿tomamos un café?” y sin “hoy no puedo”. Follar, sólo follar, después del polvo ya vendrá el cariño. Luego, alguien le despertaba, tal vez una compañera diciendo con esa perfecta aleación de envidia e hipocresía propia de los desheredados que Eva tampoco era tan guapa, o algún compañero hablándole de cosas que él acababa de ver apenas unos segundos antes, y Eva seguía allí, sentada y vestida, y él seguía allí, empañando las gafas de tanto mirar, y todos los demás seguían allí, sin otro papel que el de extras en aquella película que continuó sin cambios un día tras otro, una semana tras otra, un mes tras otro, hasta que las ausentes amenazaron con volver a la empresa y los días que a Eva le quedaban en ella llegaron al fatídico número 1.
Era viernes, V. Lázaro vestía de negro para combinar bien con la ocasión y Eva se largó al pasillo a fumar un cigarro. Entonces él se dijo que, al menos el último día, podría intentar hablar con aquella criatura durante más de un minuto, y fue también al pasillo a buscar su momento de gloria. Hablaron un buen rato, la chica parecía interesante si uno se tomaba la molestia de dejar por un momento de mirarle las tetas. A la salida, volvieron a encontrarse, siguieron hablando y finalmente ella le dio un papel en el que estaba apuntado su número de móvil.
– Llámame algún día, podríamos ir al cine o a tomar algo (en la vida real, ya se sabe, el follar suele ir después de esto… si es que llega a ir, claro).
V. Lázaro, tal vez el único tipo de la oficina, incluidos los que estaban a punto de jubilarse, que no le había tirado los tejos y el resto de la casa a Eva durante aquellos meses sólo porque era incapaz de mirar y actuar al mismo tiempo, no se lo podía creer, como tampoco pudo creer que, al llegar a casa, el papel con el número de teléfono de su único amor verdadero era del todo ilegible debido al sudor de la mano que lo guardaba.