THE OMEGA MAN. 1971. 96´. Color.
Dirección: Boris Sagal; Guión: John William Corrington y Joyce Hooper Corrington, basado en la novela I am legend, de Richard Matheson; Dirección de fotografía: Russell Metty; Montaje: William H. Ziegler; Música: Ron Grainer; Dirección artística: Arthur Loel y Walter M. Simonds; Decorados: William L. Kuehl; Producción: Walter Seltzer, para Warner Bros. (EE.UU.).
Intérpretes: Charlton Heston (Neville); Anthony Zerbe (Matthias); Rosalind Cash (Lisa); Paul Koslo (Dutch); Eric Laneuville (Richie); Lincoln Kilpatrick (Zachary); Jill Giraldi, Anna Aries, Brian Tochi, John Dierkes.
Sinopsis: Neville ha sobrevivido a una guerra bacteriológica gracias a una vacuna experimental. Durante el día, tiene la ciudad de Los Ángeles para él solo, pero por las noches los infectados, convertidos en una especie de secta, salen a buscarle con la intención de eliminar al último ejemplar de ser humano anterior a la catástrofe.
La ciencia-ficción cinematográfica debe mucho al recientemente fallecido escritor y guionista Richard Matheson, autor de la novela postapocalíptica en la que se basa (con muchas licencias) esta película. Dicha novela, Soy leyenda, ya había sido adaptada para la gran pantalla unos años antes, con Vincent Price en el papel protagonista y resultado mejorable. En esta ocasión, la estrella absoluta es un maduro Charlton Heston, recreando el papel de último vestigio de una civilización perdida en el que se especializó en esa etapa de su carrera. Aquí, al contrario que en la novela, las criaturas que persiguen al héroe no son vampiros (aunque compartan con ellos la fotofobia). sino seres humanos que, tras una una guerra bacteriológica, han sufrido grandes mutaciones físicas y se agrupan en una secta autodenominada Familia (la conmoción por la masacre ideada por Charles Manson aún estaba muy presente en la sociedad norteamericana), que culpa a la ciencia y al progreso de la catástrofe ocurrida y aboga por el rechazo a los avances tecnológicos de la época moderna. Esto tiene mérito, teniendo en cuenta que los guionistas desconocían lo que iba a suceder en Camboya unos pocos años después.
Una muestra de la paranoia atómica en la que vivía el mundo en aquellos años la da el hecho de que el Apocalipsis no se sitúa en un futuro lejano, sino en 1975. No veremos aquí, pues, raros artilugios ni demás parafernalia futurista, sino una ciudad que nos recuerda mucho a cualquier gran urbe que podamos conocer. Durante las horas de luz, Neville es su dueño absoluto: puede llevarse lo que quiera de donde quiera, e incluso ir al cine a ver la película sobre el festival de Woodstock, paradigma del sueño de libertad perdido para siempre. Cuando el sol se pone, Neville debe volver a su casa, convertida en un fortín, para evitar ser capturado por la Familia, cuyo único interés respecto a él consiste en quemarle vivo. En una de sus incursiones por la ciudad, el héroe solitario descubre que no es el único humano no infectado, y a partir de ese momento ya no tendrá que dedicarse en exclusiva a sobrevivir y eliminar a todo miembro de la Familia que se le ponga a tiro, sino también a hacer que el escaso contingente humano que le acompaña tenga alguna esperanza de futuro.
Confieso mi debilidad por las fábulas apocalípticas. Ésta, aunque decae algo en su parte central, me parece bastante conseguida. El trabajo del eminentemente televisivo director Boris Sagal es correcto, a pesar de algunas concesiones al efectismo más bien innecesarias; la música no es nada del otro mundo, pero el guión es bueno, con esas evidentes reminiscencias bíblicas en la parte final, y el trabajo en la fotografía de un grande como Russell Metty aleja a la película de la serie B del montón que podría haber sido. Siendo un film de su tiempo, inequívocamente setentero, no creo que haya envejecido mal, en parte porque no explica cosas que suenen demasiado raras al espectador de hoy, de esta época de resurgimiento de, por ejemplo, la temática zombi.
Por lo que se refiere al reparto, la cosa se resume en: Charlton Heston y una galería de secundarios semidesconocidos que, con mayor o menor brillantez (bajo su disfraz de gurú, la labor de Anthony Zerbe la considero destacable), así que estamos ante una película que funcionará en la medida en la que lo haga su protagonista. No es necesario repetir muchas veces que a Heston el papel de héroe solitario (en otro nivel de lectura, The Omega Man también puede verse como una película sobre la soledad del hombre de nuestra era) le cuadra a la perfección, con esa presencia viril salpicada con puntos de socarronería y nostalgia que aportan humanidad al conjunto. Actor narcisista (esto es un pleonasmo, pero espero que mis lectores vean por dónde voy) y de registro limitado, Heston bordaba el suyo. De entre las películas de la segunda etapa de su carrera, The Omega Man es, junto a Soylent Green y esa otra que ustedes saben y de la que en breve podrán leer algo por aquí, una de las más emblemáticas y revisables. La peor de las tres, seguramente, pero aún así un film en absoluto desdeñable.