A NIGHT TO REMEMBER. 1958. 112´. Color.
Dirección: Roy Ward Baker; Guión: Eric Ambler, basado en la novela de Walter Lord; Dirección de fotografía: Geoffrey Unsworth; Montaje: Sidney Hayers; Música: William Alwyn; Dirección artística: Alex Vetchinsky; Efectos especiales: Bill Warrington; Producción: William MacQuitty, para The Rank Organisation (Reino Unido).
Intérpretes: Kenneth More (Segundo oficial Lightoller); Laurence Naismith (Capitán Edward John Smith); Kenneth Griffith (Jack Phillips, el telegrafista); Honor Blackman (Liz Lucas); Michael Goodliffe (Thomas Andrews); Richard Leech (Primer oficial Murdoch); Russell Napier (Capitán del Californian); Anthony Bushell (Capitán del Carpathia); Alec McCowen (Telegrafista del Carpathia); Patrick McAlinney (James Farrell); Jack Watling (Cuarto oficial Boxhall); Robert Ayres, David McCallum, Frank Lawton, Ralph Michael, Jill Dixon, Patrick Waddington, Richard Clarke, Harold Goldblatt, Sean Connery, Bernard Fox.
Sinopsis: La película recrea la primera (y última) travesía del Titanic, por entonces el mayor transatlántico del mundo, en abril de 1912.
La idea de esta película era hacer una reconstrucción verídica de la tragedia del Titanic y, aunque descubrimientos hechos a posteriori contradicen lo que en 1958 se tenía por cierto (por ejemplo, en cuanto a cómo se hundió el barco), la verdad es que el film destaca por ser una meticulosa y creíble recreación de la catástrofe, para la que se contó con el testimonio de varios supervivientes (uno de ellos, el cuarto oficial Boxhall, aparece como asesor técnico de la película), ya recogido en la novela de Walter Lord en la que se basa el guión, y con unos medios técnicos y humanos acordes con la grandiosidad del proyecto, pero muy alejados de la aparatosidad del muy exitoso film dirigido por James Cameron en 1997. A night to remember opta por el realismo, se deja de amoríos interclasistas que poco valor añadido aportan a una historia que ya posee múltiples elementos de interés por sí misma, y sigue siendo la mejor película rodada sobre el hundimiento más célebre de la historia naval moderna. Dedica la primera media hora de metraje a hablarnos, en tono costumbrista, del barco, sus tripulantes y sus pasajeros (más de dos mil personas en total), para, una vez producida la famosa colisión contra el iceberg, centrar la acción en tres focos: los intentos de la tripulación por evitar el hundimiento, primero, y más tarde por evacuar con cierto orden a los pasajeros, las distintas reacciones de éstos, y la actuación de los barcos que recibieron los avisos de socorro del transatlántico. Los números reales son de sobra conocidos: más de mil quinientos muertos, entre los que se hundieron con el navío y quienes fallecieron después por hipotermia, y un aparentemente insumergible coloso de los mares que naufragó en apenas dos horas. Destaca el hecho de que el barco sólo disponía de botes salvavidas para poco más de la mitad de los pasajeros y tripulantes, que entre los fallecidos estaban las tres cuartas partes de los viajeros de tercera clase (gentes que se dirigían a América con la idea de iniciar una nueva vida), y que la política de dar prioridad en el salvamento a mujeres y niños provocó que buena parte de los muertos fueran hombres, no pocos de los cuales viajaban con familiares que sí sobrevivieron. Una fatal cadena de errores dio como resultado la mayor tragedia naval de la historia en tiempos de paz. Todo estos hechos se narran en la película con rigor, con extrema meticulosidad y apego a los hechos reales. La elección del blanco y negro, que en principio podía restar espectacularidad a la película, constituye un acierto, gracias en buena parte al excelente trabajo de Geoffrey Unsworth. Otro elemento a destacar del film es su sobriedad, en la puesta en escena y en las actuaciones: Roy Ward Baker es un artesano eficaz, que si bien nunca rodó una obra maestra (La última noche del Titanic es, probablemente, la película firmada por él que más se acerque a ese calificativo), sí dirigió un buen puñado de films interesantes e intervino en varias de las series de televisión más famosas de su época. Su labor, como la película entera, mejora a medida que el metraje avanza: si al inicio el tono es muchas veces ligero, con acertados apuntes sobre las muy distintas realidades de los pasajeros según el importe que habían pagado por su billete, cuando llega el drama humano (tantos dramas humanos como personas tuvieron parte en la catástrofe, para ser exactos) Baker lleva la película con firmeza, siempre controlando la creciente intensidad emocional y enfatizando las muy distintas reacciones que pueden tener varios cientos de personas, colocadas en un espacio común y ante la perspectiva de una muerte inminente: hombres que hacen embarcar a sus familias en los botes salvavidas mintiéndoles si es necesario, esposas que se niegan a abandonar a la persona con quien han compartido casi toda su vida, flemáticos, cobardes, histéricos, simples estúpidos… y una orquesta que sigue tocando su música, incluso cuando el hundimiento se sabe inevitable. Baker ensalza a quienes afrontan la muerte con gallardía, a los tripulantes que tratan de evitar, o al menos de minimizar, el desastre, y a aquellos que, incluso en la antesala de la muerte, son capaces de obrar con honradez, caballerosidad y altruismo, pero no deja de mencionar la nula atención que se prestó desde el Titanic a los avisos que alertaban de la presencia de placas de hielo a escasa distancia del barco, al exceso de celo que empleados borregos pusieron en impedir que los pasajeros de tercera clase pudieran tener opciones de salvar el pellejo (cuando los más pobres accedieron a cubierta, casi todos los botes salvavidas ya habían sido arriados, algunos con plazas libres) o a la absoluta desidia con que se recibieron en el Californian, el barco que navegaba más cerca del Titanic, las sucesivas llamadas de socorro enviadas desde el transatlántico. Todo pudo perfectamente haber sucedido tal y como se cuenta en esta película, tal es su rigor narrativo, y todo se nos cuenta con detalle pero con un metraje ajustado (otro punto a favor). Los efectos especiales aparecen lo imprescindible, pero están muy conseguidos y uno puede ver que se ha trabajado en ellos con seriedad.
En el aspecto interpretativo, decir que se trata de una película coral, en la que hay multitud de personajes con entidad pero ninguno que destaque especialmente sobre el resto (con excepción, quizás, del segundo oficial muy bien interpretado por Kenneth More), y que una vez más hay que alabar el buen hacer de los actores británicos, siempre ajustados, siempre correctos, e intensos cuando toca. Aquí no hay estrellas, hay buenos intérpretes. No hay grandes efectos especiales, ni romances patrocinados por Kleenex. Aquí hay buen cine y una historia bien contada. Con eso, cualquier cinéfilo que se precie debe estar satisfecho.