PATTON. 1970. 170´. Color.
Dirección: Franklin J. Schaffner; Guión: Francis Ford Coppola y Edmund H. North, basado en hechos reales recopilados en la obra Patton: Ordeal and Triumph, de Ladislas Farago y Omar N. Bradley; Dirección de fotografía: Fred Koenekamp; Montaje: Hugh Fowler; Música: Jerry Goldsmith; Dirección artística: Urie McCleary y Gil Parrondo; Decorados: Antonio Mateos y Pierre-Louis Thevenet; Producción: Frank McCarthy, para 20th. Century Fox (EE.UU.).
Intérpretes: George C. Scott (General George S. Patton); Karl Malden (General Omar N. Bradley); Michael Bates (Mariscal Montgomery); Stephen Young (Capitán Hansen); Michael Strong (Brigadier Carver); Cary Loftin (Chófer de Bradley); Frank Latimore (Teniente Coronel Davenport); Bill Hickman (Chófer de Patton); Morgan Paull (Capitán Jenson); Karl Michael Vogler (Mariscal Rommel); Pat Zurica, James Edwards, Lawrence Dobkin, David Bauer, John Barrie, Richard Münch.
Sinopsis: Crónica de la trayectoria durante la Segunda Guerra Mundial del general George Patton, cuya aportación fue clave en las victorias aliadas en África y Europa.
Después del éxito de El planeta de los simios, Franklin J. Schaffner se puso al frente de un gran proyecto, que se rodó en buena parte en España y le supuso el ascenso a un Olimpo cinematográfico en el que no se mantuvo durante demasiado tiempo: la recopilación de las hazañas bélicas del controvertido general George S. Patton en la Segunda Guerra Mundial. Patton fue un general unánimemente alabado por su genio militar, en parte basado en sus enciclopédicos conocimientos de las grandes guerras de la Historia, el cual le reportó grandes victorias y fama mundial, y al mismo tiempo un hombre peligroso, belicista hasta el fanatismo, con escasas dotes para la diplomacia e ideas extremistas. Un claro prototipo de hombre superior, con valores de otro tiempo, al que el poder quiere cerca, pero siempre bajo control.
El reto de Schaffner era levantar una gran epopeya bélica, de logística complicada, centrada en un solo hombre, lejos del enfoque coral que acostumbran a tener las películas de ese género. A su favor, contaba con el carisma del personaje principal, con técnicos muy cualificados y con el despliegue de medios que cabe esperar de una superproducción hollywoodiense. En su contra, el riesgo de que la película se convirtiese en una fastuosa pero deslavazada sucesión de hazañas bélicas y excentricidades varias sin sensación de unidad. A veces, uno imagina a Schaffner en la soledad de su despacho, preguntándose, a la manera de Wilder con Lubitsch: «¿Cómo lo haría Lean?» Franklin J. no es Sir David, pero lo cierto es que, aunque a la película le cuesta arrancar y su primera mitad me parece algo lenta, lo conseguido aquí no queda lejos de los logros del genial cineasta inglés. Para empezar, la película se apoya en un buen guión, escrito en principio por Francis Ford Coppola y retocado por Edmund H. North. Se dice (así lo hace el propio aludido, sin ir más lejos) que poco queda de lo escrito por Coppola en la película, pero yo no lo tengo tan claro. El director de El Padrino adora a los personajes mesiánicos, a los genios, a los héroes fuera de su época que se sitúan más alla del bien y del mal. Patton no sólo es el primero de su carrera, sino el personaje en que se basan los de Kurtz y Kilgore en Apocalypse Now. Creo que en la manera de mostrarnos a Patton, en la forma de subrayar esa mezcla extrema de talento y soberbia, en las frases y actitudes del protagonista, hay mucho de Coppola. No hay que olvidar que el film se rodó en plena guerra de Vietnam y que la primera frase que se le oye decir al general en la película es la siguiente: «Nadie gana una guerra muriendo por su país. Las guerras se ganan haciendo que miles de estúpidos mueran por él». Por cierto, el autor de la frase amaba la guerra hasta lo enfermizo, aún más que otro militar excepcional, Erwin Rommel, que en esta película le dice a un subordinado: «Usted puede ser optimista. Yo no puedo permitírmelo». Sí, me encanta el sabor de la prosa de Coppola por la mañana, aun aceptando que el armazón narrativo final sea principalmente obra de North.
El mérito de Schaffner está en los equilibrios que consigue: entre espectáculo y rigor analítico, entre el amor y el odio hacia el biografiado (se nos muestra al genio que triunfa en África y arrasa en Valonia, pero también a la prima donna de Messina, al militar postergado por sus excesos y al furibundo anticomunista), entre aparatosidad y reflexión. Su labor, de un brillo que nunca volvió a ser tan intenso, fue reconocida con un sinfín de premios, merecidos porque, como ya he dicho, el resultado final no es Lean, pero se le acerca mucho. Tanto, que la segunda mitad de la película, todo lo que ocurre después del intermedio, sí está a esas alturas. Técnicamente, es una película tan bien hecha, o mejor, como el resto de superproducciones estadounidenses rodadas por aquellos años en España, y en lo narrativo supera a cualquiera de las de Bronston. La ambientación, los decorados o el resultado en pantalla de las escenas de guerra son magníficos. Fred Koenekamp nunca iluminó mejor, Goldsmith no llega a su techo pero tampoco se queda muy lejos, y el conjunto es, ni más ni menos, una gran película, cuyos 8 Oscars pueden resultar exagerados en un año en que se estrenaron La hija de Ryan, La balada de Cable Hogue o La vida privada de Sherlock Holmes, pero no son en modo alguno inmerecidos. Patton no es una biografía al uso, pues se retrata menos de un lustro de la vida de su protagonista, sino la crónica de la guerra de un hombre que ha nacido para ella.
¿Y quién presta su rostro a Patton? Pues un George C. Scott en absoluto estado de gracia, que sencillamente lo borda y recrea al personaje de su vida. Actor de pura raza, de gestualidad poderosa bajo su aspecto lacónico, Scott rechazó su merecidísimo Oscar, pero su interpretación ha obtenido un premio aún mayor, el de haberse convertido en una referencia. La otra estrella del reparto, Karl Malden, aporta su habitual buen hacer, y el resto del elenco se limita, lo que no es poco, a complementar y servir de apoyo para que ese intérprete pura sangre que es el dueño absoluto de la película pueda desarrollar su particular tour de force.
Obra fundamental del cine de guerra, Patton no es una película militarista ni antibélica, sino el retrato de alguien a quien se presenta como el perfecto general, con todas las sombras que eso conlleva. La principal, la de ser un genio de la destrucción, con un talento único para el mal. Un hombre que decía que para la guerra se necesitan sangre y agallas. En el film, a uno de sus soldados se le oye decir: «Nuestra sangre, sus agallas». Y con ello, volvemos a la primera frase…