KILLER´S KISS. 1955. 68´. B/N.
Dirección: Stanley Kubrick; Guión: Stanley Kubrick; Dirección de fotografía: Stanley Kubrick; Montaje: Stanley Kubrick; Música: Gerald Fried; Producción: Stanley Kubrick y Morris Bousel, para Minotaur Productions (EE.UU.).
Intérpretes: Frank Silvera (Vincent Rapallo); Jamie Smith (Davey Gordon); Irene Kane (Gloria Price); Jerry Jarrett (Albert); Mike Dana, Felice Orlandi (Gangsters); Shaun O´Brien (Casero); Barbara Brand, David Vaughan, Alec Rubin, Ralph Roberts, Phil Stevenson, Arthur Feldman.
Sinopsis: Davey Gordon, un boxeador en declive, socorre a Gloria, una bailarina, cuando ésta es atacada por Vincent, su amante mafioso. A partir de ese momento, Davey se ve envuelto en una trama criminal causada por los celos de Vincent.
El primer largometraje reconocido por Stanley Kubrick (él mismo ordenó destruir las copias del anterior, Fear and desire) es una obra de cine negro de bajo presupuesto en la que el director se responsabilizó de casi todas las áreas posibles, y constituye el punto final de su aprendizaje de las artes cinematográficas. Como punto destacable, El beso del asesino es la última película en la que Kubrick llevó a la pantalla un guión original, pues de Atraco perfecto en adelante siempre eligió adaptar textos literarios. Y eligió bien, porque la película que ahora reseño es muy buena en el plano visual pero en ocasiones poco consistente en el narrativo. Fotógrafo profesional antes que cineasta, Kubrick ya demuestra en Killer´s kiss ser un gran creador de imágenes, como puede apreciarse en la escena del combate pugilístico de Davey o en ese duelo final entre maniquíes. Deudor de la estética del cine negro, el director neoyorquino mostró como nunca volvió a hacerlo los rincones oscuros de su ciudad y aprovechó magníficamente esa oscuridad para construir un ejercicio de estilo que prueba su gran talento.
La historia es la de un boxeador de segunda fila para quien sus mejores días sobre el ring ya han quedado atrás. Después de ser noqueado por un púgil mucho más joven, Davey, que vive solo en un cuartucho más bien deprimente, se plantea aceptar su verdadera derrota y volver a casa para trabajar en el rancho familiar cuando, en plena noche, oye los gritos de una bella vecina y acude a socorrerla. La vecina resulta ser Gloria, una joven que se gana la vida bailando en el local de un mafioso de poca monta, que está enamorado de ella y no deja de acosarla, pese a que la chica le rechaza con un argumento harto convincente: «Eres viejo y hueles mal». El boxeador y la bailarina empiezan a salir juntos, lo que provoca la cólera de Vincent, el mafioso, que no se resigna a la idea de perder a Gloria y emplea a su matones para hacerla cambiar de opinión y, de paso, convencer a Davey de que es mejor que se meta en sus propios asuntos.
Pese al escaso presupuesto, que incluso hizo que los exteriores se rodaran sin licencia, visualmente la película es brillante, y muestra, aún en pequeñas dosis, al genio que está a punto de explotar, al hombre que siempre supo poner la cámara en el lugar correcto. Aquí, por ejemplo, llama la atención la advertencia, servida con plano cenital, que corona las escaleras que dan acceso a la sala de baile: «Vigila tus pasos». En efecto, tras ellas está el peligro. Y lo mejor de la película. Kubrick ya sabe utilizar con maestría la cámara y el montaje para contar historias, lo que le permite no pocas veces llegar a cotas que el dinero y el guión dificultaban alcanzar. Y hablando de contar, toda la película es un largo flashback (analepsis, en español), en el que Davey narra (con frecuencia en off) las últimas y frenéticas 48 horas de su vida mientras espera el tren que ha de llevarle a dejar Nueva York para siempre. Es cierto que la originalidad se queda en la estética y que en lo narrado abundan los tópicos, pero también que la segunda mitad de esta corta película es realmente poderosa, buen cine negro, o buen cine a secas.
Donde quizá más se noten tanto las estrecheces presupuestarias como la escasa experiencia de Kubrick es en el reparto. Las actuaciones, en general, son bastante pobres, y no es de extrañar que, excepto Frank Silvera (el único que se salva del suspenso general), los actores que intervienen en este film hayan tenido carreras tan escasas como poco distinguidas. Esto, sin duda, lastra el resultado de una película que, con mejores intérpretes (y una dirección de actores más inspirada, todo sea dicho) sería, si no un clásico del cine negro, sí un film notable, pues es intenso y está narrado con brío. En todo caso, una película de interés, por su calidad intrínseca y porque nos permite ver cómo era Stanley Kubrick cuando ya empezaba a ser Stanley Kubrick.